jueves, 26 de junio de 2025

La quema de libros.

 


La quema de libros.

En estos días lleno de tristeza y nostalgia, por el fallecimiento de la última miembro de la saga de los Guerra Cosío, Doña Lola, pues eso me viene al recuerdo algunas escenas de la niñez, eso sí, un tanto inconexos, de esos que quedan tal en lo más profundo de nuestra mente, y que sin saber por qué un di nos asalta como despertándonos de sueño

Y eso fue lo que sucedió una de estas noches enfebrecidas por el catarro, me viene el recuerdo de verme un atardecer, casi ya oscureciendo, en cuyo momento calculo que podría tener entre 5 años, vi como mi padre Jesús  El Moli amontonaba en el patio de casa un buen montón de libros para la quema, pero un buen montón.

Nunca supe de donde procedían tales publicaciones, pues no tengo el recuerdo de ver libros por la casa, aunque en esas tempranas épocas uno no tiene tipografiadas partes de su vida, de lo cual me han quedado escasos recuerdos de lo interno de la casa, las sillas bajeras de mimbre, una habitación cuyo suelo aún no tenía terrazo, y que más tarde aún sirvió tanto de trastero y tambien de cuarto de los ratones al cual fuimos a para alguna vez mi hermanos y yo.

En esa tarde noche del recuerdo se amontonó una buen pila de libros, para mi era toda una fiesta, tener una foguera en casa, aunque años más tarde comprobé el presagiado desastre que eso trajo consigo.

Lo cierto, es que nunca pregunté a mi mayores sobre tal asunto, sobre el motivo que había llevado a mi progenitor Jesús Garcia, El Moli, o El Chan, para proceder de aquella manera, pues como digo los libros no eran pocos, y estamos hablando de los años 60. No creo que fueran libros de rojos, o prohibidos, pues no creo que mi progenitor estuviera ni de cerca próximo a las ideas progresistas y menos en aquellos momentos, y aún menos después.

Tal vez pudieran haber sido libros de Isidro Sánchez, un ferroviario leonés, y resulte que él  los hubiera tenido guardados, ya que con Isidro Sánchez Vieira y su mujer Isabel Rodríguez convivió Jesús sus buenos años.

El citado Isidro e Isabel fueron mis padrinos de bautizo, alguna vez que iba por su casa siempre me gustaba quedarme en aquella modesta casina situada en el primer piso de las Casas del Estanco, propiedad de los Álvarez Medio; cuyo cabeza de familia era Jesús el de Pedrón, esta casa de Isidro era la penúltima, antes  estaba la casa de un amigo Calucho y a continuación el casucho que durante años ocupó la barbería de la parroquia, que era lindante con el gran prado de Pedrón que llegaba hasta el límite con la farmacia, la cual antes tenía otra forma y disposición, de hecho camino del establecimiento, siempre me llamó la atención una vieja piedrona (hito kilométrico ) que indicaban los kilómetros a Sahagún de Campos, o sea el Camino de Castilla.

En aquella casa de Isidro, alguna vez este me enseñó algún libro rescatado, recuerdo uno de cuando El Moli, estudió delineación, algo que luego le debió servir para el ejercicio de la profesión como Maestro de Obras, en lo que resultó buen profesional, tal y como dejó patente en las obras del Hotel Miami, o en las Casas de la Junta del Puerto en El Musel.

Por eso recordado, tal vez fueran libros del padrino pudiera ser, pues ya se sabe que entre los ferroviarios siempre hubo bastante librepensador, en todo caso la quema de libros aquella tarde-noche fue una fiesta que me quedó grabada, allí de pie con la prima del abuelo paterno: Doña Rosario Felipa, la cual, junto con Isidro, facilitaron la comprar a su protegido Jesús El Moli, del solar de la calle los Pinos 13, donde la familia Garcia González y Guerra Cosío han vivido toda la vida.

Lo cierto que asistí cogido de la mano dela tía Rosario Felipa, a la foguera de los libros …, lo cual quedó en el subconsciente de todos, en el mío por el aprecio que luego desarrollé a los libros, incluso llegando a escribirlos, y el cerebro de mi padre no sé ni las razones de aquel acto, y de donde le vino el odio a los libros, pues cuando volví a casa años después, los libros no pudieron entrar en casa, se quedaron en la cuadra en cajas durante meses corroídos por la humedad.

Nunca pude tener un estantería con libros en la habitación, hoy en cambio tengo casi que cinco mil en mi propia casa, tal vez como un acto de venganza vicaria.

Sin llegar a dia de hoy a entender las extrañas razones para que los libros quedaran fuera de la vida normal de las personas, mediante el fuego o el exilio, tal vez todo ello obedezca a los tiempos que se vivieron, a los años en la legión de D. Jesús El Chan, pues ya se sabe que su fundador el general Millán Astray, era el que inculcaba eso “Muera la inteligencia”. …. Quien sabe, y a nadie hoy podremos preguntar.

Así era la vida en aquellos tiempos…

Victor Guerra.

domingo, 13 de abril de 2025

Se fue Lola Guerra, la última de una saga en Tremañes

Lola Guerra Cosío

El 5  de abril de 2025, los deudos cumpliendo el adagio de "polvo eres y en polvo te convertirás",  recogimos las cenizas tras la incineración de nuestra progenitora: Doña Lola Guerra Cosío, vecina desde su nacimiento  allá en 1929 en  los predios parroquiales de Tremañes (Gijón)

Viuda de un miembro de una destacada saga tremañense, los Moliñeros" fruto de  las sagas familiares de los Entrialgo y los García, entre cuyos integrantes destacó, parece ser mi bisabuela Doña Adela Álvarez Entrialgo, La Moliñera, además de tabaquera, buena soprano, que dicen algunas lenguas que cantó con  Miguel Fleta en su estancia en Gijón en agosto de 1925. De por medio otro famoso García:  Chelu

La saga de los García registran presencia por entre las parroquias gijonesas de Guimarán, Logrezana, Llantones, y Tremañes.

Parte de saga de los García
 
Del óbito de Lola Guerra  debió de enterarse medio mundo, circunscrito a Tremañes, pero quien tal vez solo lo haya presentido son la mozalbeta  tortuga Testudo que anda por la finca arrastrando sus 16 kg, o sea La Juana, que empezaba a sociabilizar al mezclarse en nuestras estancias por entre pies, sillas y tumbonas, y seguía a Doña Lola como perro faldero para enfado de la otra mascota de la familia Kira, que tiene tambien dieta duplice la de ella y la que hace la tortuga Juana, por cierto que está en 16 kg.

Aquí podría quedar la clásica crónica necrológica, si no fuera porque Doña Lola fue la progenitora que me trajo al mundo, y la que me llevaba en la década de los 50-60 a los arenales marinos de  preferencia era Monte Coroña (Natahoyo) o a San Lorenzo, y mientras bajaba mi padre D. Jesús García (El Moliñeru)  a comer con nosotros dejando el trabajo de encargado de obras en la construcción del viejo Hotel Miami (hoy Príncipe de Asturias) mientras yo  jugaba con la pala de madera, sobre todo en el arenal de San Lorenzo.

Doña Lola GUERRA COSÍO, nació en los predios parroquiales de Tremañes, creo que en la zona del Natahoyo, en aquella época territorio perteneciente a la parroquia citada, demarcación no tan menguada como ahora, y lindante con los parroquiales de San José (Gijón). Nacida  el 5 de marzo de 1929, y bautizada en la iglesia de San José, el 2 de abril de ese mismo año. 


Lola, era hija de un jerezano de buen porte: D. José Guerra Atalaya, que  apareció por estas latitudes astures a resultas del movimiento de tropas de soldados, y aquí se quedó  como chófer de la fábrica Moreda, contrayendo nupcias, no se sabe muy bien cómo con  Doña Carmen Cosío Menéndez, radicada en Gijón, su padre Feliciano  Cosío estaba casado con Josefa Menéndez Pérez, proveniente de Libardón (Colunga).

Reconstruir la vida de la saga Guerra Cosío, puedo decir que hubo algún intento aunque con dificultosos resultados, pues la memoria de la guerra y la postguerra no siempre es nítida, y, por tanto, recobrar esas vivencias tan importantes para la construcción de la memoria social, fueron momentos dolorosos, llenos de mucha pena y desazón, pues la vida da muchas vueltas y sinsabores, pues los hijos de la saga: Pepe Luis, Lola y Agustín Guerra Cosío, pronto quedarían huérfanos de padre y madre en plena Guerra Civil, en el caso de Lola con apenas 7 años, situaciones trágicas que conllevó la desmembración familiar.

Una tía, Rosario Cosío Menéndez, trabajadora de metalográficas Moré, la cual vivía en las Casas del Prado, (La Calzada), recogió a alguno de los cuatro hermanos: Pepe Luis, a la sazón abuelo del escritor y director de cine Xose Lluis Bande, luego sabemos que el otro hermano Agustín fue recogido  por la familia de Valentín Peláez Vázquez, a la sazón Guardia de Asalto y vecino de las Casas del Prado, aún recuerdo aquel hombretón vistiendo su imponente uniforme de color gris, y el último hermano Claudio Avelino Guerra Cosío, obrero de la Fábrica de Moreda, pero al pequeño núcleo de hermanos Guerra Cosío, se les pegó a los talones la descomposición de los lazos  familiares,fue inevitable en unos tiempos duros y convulsos.

Fue una vida dura, por eso para Lola relatarla era hurgar en la herida más honda la separación de los hermanos, de hecho a pesar de vivir no muy lejos unos de otros, nunca supimos cuando honda fue esa separación, hasta que en los últimos años de la vida de Lola empezó aflorar el sentimiento de añoranza por sus hermanos, separados o semi perdidos cada uno en sus propias vivencias y núcleos familiares, dice el refrán que el "Roce hace el Cariño", y así es... ya en la ensoñación  de los últimos años sufría por esa  dispersión, el olvido y el desapego.

Pues cada uno se buscó las habichuelas como pudo por las granjas y como no, sirviendo y fregoteando aquí y allá, tal vez Agustín el que mejor resultó confortado en la nueva familia, pero con el desafuero de la pérdida, y así fueron pasando años, en el caso de Lola, unos 96 años, dejando en el Oriente Eterno a sus hermanos.

De una primera estancia en El Parrochu (La Vizcaína), en unos meses, pronto el solar que Rosario Felipa (R. Piñera) e Isidro Sánchez Vieira, natural de Villadangos (León) y mi padrino a la sazón ferroviario, le cedieron a buen precio a Jesús García el Moli, o el Chan, se empezó a construir una casa, lo cual no era poco, pero la huella  de la pena, pesó en los ánimos de cada uno, y de esa casa Doña Lola, hizo por gusto  fuerza su búnquer, pues su aspiración siempre fue irse a vivir a La Calzada, pero no fue así y su presencia y su casa ha sido un buque insignia en Tremañes.  SIT TIBI TERRA LEVIS.

Víctor Guerra. 

martes, 20 de diciembre de 2022

 

LA CONDENA DE SISIFO  COMO FONDO


Hay una generación, o al menos lo pienso así, que si no encarnamos el mito de Sísifo desde el momento de nacer, poco nos ha faltado, porque esa sensación de estar condenados a subir cada día la gran piedra de nuestra propia peripecia existencial hasta la cima de no se sabe dónde,  es algo muy común entre algunos supervivientes de aquellos lejanos tiempos y aquellos legendarios territorios.

Esa sensación prometeica que deviene tras el inocente tránsito de la infancia nos llega de forma contundente en la adolescencia, momento en a uno le va quedando cada vez más clara esa sensación de encarnar de algún modo una especie de pecado original o condena que se ha prefigurando a medida que uno tiene conocimiento y se identifica con la figura de Sísifo o de Prometeo.

Y eso es lo que nos revela a modo de trasfondo este natural de Tremañes: Aurelio Peláez Moran en su novela La Derrota de Sísifo, al menos es lo que a mí me dejó como poso tal lectura.

Estamos ante una extraña novela que en un momento dado se convierte en una especie de diario mediante lo cual el autor hace un balance psico filosófico al periplo existencial que le tocó vivir, con claves muy definidas y definitivas en la historia de España: La Escuela , la Vida; Ganadores y perdedores, la libertad y el más allá; Modernidad líquida, y la falsa izquierda y la política y el marqueting.. el infantilismo y la dsesmesura emocional.... pinceladas y recetas para el análisis.

Aurelio Peláez, no toca de oído, pues si el lector tiene una cierta edad comprobará que el relato no es producto de la imaginación o de distintas lectura, sino que proviene de una ruda praxis generacional, que se puede enmarcar en la década de los 80, cuyo relato aporta claves para entender ese período y los demonios que cada uno lleva dentro, por eso resulta tan fácil identificarse con los personajes y su peripecia vital.

Resulta curioso, porque no sé sí es porque somos casi que de la misma época, algo más viejo el que suscribe, o porque hemos nacido en la misma parroquia: Tremañes, territorio muy singular y peculiar en cuanto a su poblamiento, donde se mezclaba a parte iguales las distintas clases sociales: agricultores, obreros, empleados, con  aquella otra caterva de inmigrantes huidos de los terruños sureños y que en grandes arribadas llegaba a territorios como La Dehesa a establecer su chabolas, lo que hoy se denomina entre los burócratas del lenguaje buenista como infravivienda, aunque más lo era la de aquellos otros que no llegaban en patera, sino a pie desde las profundas tierras portuguesas de Tras os Montes a nutrir la panza de la inmensa ballena del inframundo social de Villacajón: portugueses, gitanos, mercheros, y quinquis de muy distinta calaña, era la molienda de un tardofranquismo que había devorado a buena parte de sus hijos.

Esa fue nuestro entorno, la escuela la formó esa especie de espejo en que nos miramos y nos devuelve esos viejos recuerdos que contrastan tanto cuando los políticos de turno nos hablaban del futuro, del bienestar, de la asturianía, del porvenir, de la igualdad, etc.

No es que Aurelio nos narre esa época, o describa a parte de esas gentes y esos territorios, no lo hace, porque él sitúa su novela en dos míticos lugares como Nortán y Cadaval, no tan lejanos de Tremañes, pero con ello pone a salvo a sus  personajes, para darles cierta independencia del  territorio y sus circunstancias, pero no por ello dejan de llevar esa eterna piedra prometeica que les marca la existencia tanto a Marina, como a Jorge o a Eugenio, o al propio Ricardo o a Elena, los desmarca de ese territorio que el autor lleva en la retina, pero describe de forma diferirá la formidable y peculiar síntesis  existencial que le tocó vivir.

Es en definitiva una novela de confesiones intimas y existenciales, y un repaso a la agenda política y social del momento que enmarca el quehacer de los personajes, a los cuales uno puede poner nombre y apellidos.

 En fin, una novela que no se cae de las manos y que hace difíciles equilibrios para mantener al lector sujeto a sus páginas, sabiendo de antemano que la derrota de mito de Sísifo ya está decantada desde hace siglo, su aburda condena como lo es en parte la admisiòn de su porpio estadio.

Gracias querido autor y vecino.

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El Autor: Aurelio Peláez Morán (Gijón, 1959) pasó su infancia y adolescencia en la parroquia de Tremañes, encrucijada de vías y caminos que se debatía entre el ritmo bucólico, pausado y atávico de lo rural, y el frenesí industrial que imponían las sirenas de las abundantes fábricas.

De familia obrera y represaliada, aprendió a sobrellevar la piedra de Sísifo, estudió en el instituto Jovellanos y se hizo primero maestro de inglés y luego licenciado en Filología y Filosofía. El ejercicio de la docencia lo llevó a León, Asturias, Francia, Suiza y de nuevo a Asturias, donde concibió esta primera novela, cuya trama se desarrolla en un territorio entre lo imaginario y lo real. La obra intenta aportar algo de aliento a un Sísifo agotado y a punto de abandonar su milenaria tarea.

 Detalles del Libro

  • ISBN/13: 9788411555760
  • Número de Páginas: 246
  • Tamaño: 150 X 210 mm
  • Encuadernación: Tapa blanda con solapas
  • Año de publicación: 2022
  • Editorial: Grupo Editorial Círculo Rojo SL
  • Categoría: FICCIÓN MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

Victor Guerra 

domingo, 27 de noviembre de 2022

LA DERROTA DE SÍSIFO de mano de un tremañense


No parece  que la parroquia de Tremañes de buenas a primeras haya visto nacer en en sus predios muchos autores, aunque escarbando si que aparecen algunos como esta de última generación: Aurelio Peláez Morán (Gijón, 1959) pasó su infancia y adolescencia en la parroquia de Tremañes, encrucijada de vías y caminos que se debatía entre el ritmo bucólico, pausado y atávico de lo rural, y el frenesí industrial que imponían las sirenas de las abundantes fábricas. 

De familia obrera y represaliada, aprendió a sobrellevar la piedra de Sísifo, estudió en el instituto Jovellanos y se hizo primero maestro de inglés y luego licenciado en Filología y Filosofía. 

El ejercicio de la docencia lo llevó a León, Asturias, Francia, Suiza y de nuevo a Asturias, donde concibió esta primera novela, cuya trama se desarrolla en un territorio entre lo imaginario y lo real. La obra intenta aportar algo de aliento a un Sísifo agotado y a punto de abandonar su milenaria tarea.

Su novela que no conozco aún presenta esta sipnosis:

La derrota de Sísifo recrea las siete últimas décadas de la Historia de España a través de la vida de unos personajes corrientes, que encarnan, con sus vivencias y sensaciones cotidianas, la realidad de un mundo vertiginoso, en el que reconocer la inutilidad de la existencia solo produce desilusión y desconcierto. Desde la consciencia de que el tren que se ha perdido no vuelve y de que el próximo no será el mismo, los personajes sobreviven a la dureza del día a día con el sueño de una nueva oportunidad y con la incertidumbre propia de quien se enfrenta al orden lineal de la vida y va dejando atrás renuncias que refuerzan la frustración ante un final inexorable. Recuerdos de la España gris que, a pesar de la esperanza que supuso la transición, ha desembocado, con su propio caos, en el océano de esta civilización deshumanizada, que se desmorona en medio de un nihilismo en el que el esfuerzo y la voluntad infinita de Sísifo resultan una quimera. 

ISBN/13: 9788411555760  Num. Páginas: 246   Tamaño: 150 X 210 mm  Encuadernación: Tapa blanda con solapas  Año de publicación: 2022  Editorial: Grupo Editorial Círculo Rojo SL Categoría: FICCIÓN MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

lunes, 19 de septiembre de 2022

Tremañes honra a Cándido Viñas

 


Tremañes honra a Cándido Viñas: «Era muy querido por todos»

Su familia y amigos, la Red Ignaciana y los antiguos alumnos de la Laboral despiden al cura obrero con una misa de acción de gracias

MARÍA AGRAGIJÓN.

La parroquia de San Juan Bautista recordó ayer en una misa de acción de gracias organizada por la Red Ignaciana de Asturias al que fuera su párroco durante más de cuatro décadas, Cándido Viñas, fallecido el pasado 5 de agosto en su pueblo natal Villagarcía de Campos (Valladolid). Conocido por su gran labor comunitaria y de mejora de las condiciones de vida del barrio, sus vecinos relatan que Cándido «era un hombre muy querido por todos».

La iglesia estaba abarrotada de personas. Nadie quiso perderse este tributo colectivo póstumo al cura obrero que hizo de Tremañes «un lugar mejor para todos». Acudieron su familia y vecinos, la comunidad parroquial, la Compañía de Jesús y los antiguos alumnos de la Universidad Laboral, espacio en el que impartió clases durante un tiempo. Todos destacaron de él su cercanía y cariño hacia quienes le rodeaban, «siempre te sentías a gusto con Cándido», manifestó su vecino Jesús Álvarez. A título personal, el actual párroco del barrio, Jesús Ángel Fernández, quiso señalar el profundo gozo que sentía «de haberle pertenecido y que él nos haya pertenecido».



Fue una eucaristía muy emotiva en la que no faltaron palabras de agradecimiento y celebración hacia la figura de Viñas, como las que le dedicó Manuel Nevares, presidente de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Universidad Laboral: «No era una persona de lecciones magistrales, pero tenía una oratoria vital impresionante. Qué suerte tuvimos los que cruzamos nuestras vidas con la de Cándido». Y es que Viñas fue una persona trascendental que cambió el barrio completamente. De la mano de la asociación vecinal, contribuyó a la construcción del colegio, el centro social y al asfaltado de caminos, entre muchas otras labores de conciencia vecinal.

La misa se celebró ayer porque, por motivos sanitarios, los vecinos y la comunidad parroquial no pudieron desplazarse hasta la localidad vallisoletana para el funeral de Cándido, así que decidieron organizar este homenaje de despedida en septiembre.

martes, 2 de abril de 2019

Un parque para Sendo Paniagua en Tremañes como homenaje

Un parque para Sendo  en Tremañes  como homenajea a Rosendo Paniagua del Pozo, su líder vecinal hasta su fallecimiento, en enero de 2015

J. M. Ceínos 02.04.2019 | 02:41 LA NUEVA ESPAÑA


A la derecha, Pilar Nieto Alonso, viuda de Rosendo Paniagua del Pozo, con familiares, en el momento de descubrir la placa en homenaje y recuerdo de su marido. MARCOS LEÓN
Rosendo Paniagua del Pozo falleció el 4 de enero de 2015. Tenía 73 años de edad y buena parte de ellos los dedicó a la Asociación de Vecinos "Evaristo Valle" de Tremañes, primero como vicepresidente de su junta directiva y durante ocho años como presidente. Como otros muchos formó parte del destacado movimiento vecinal de la ciudad que luchó para mejorar las condiciones de vida de los gijoneses, especialmente de los barrios.

Desde ayer, a las doce y media del mediodía, la mejor zona verde de Tremañes lleva su nombre, tras descubrirse una placa que recuerda al líder vecinal. Varios concejales del Ayuntamiento de Gijón acudieron al acto para acompañar a la viuda de Rosendo Paniagua, Pilar Nieto Alonso, y a sus hijas Pilar del Carmen y María Teresa, y nietos. "Siempre trabajó por la mejora del barrio", afirmó el concejal Manuel Arrieta, quien representó a la alcaldesa, Carmen Moriyón, en el acto, que congregó en el ahora parque de Rosendo Paniagua del Pozo a numerosos vecinos de Tremañes.

Carmen Fernández habló en representación de la Asociación de Vecinos "Evaristo Valle" para señalar que Rosendo Paniagua, popularmente Sendo, fue un hombre que luchó para conseguir lo mejor para Tremañes, entre otras cuestiones el parque que lleva su nombre desde ayer.

La viuda del líder vecinal cerró el acto dando las gracias a los presentes y lamentando que su marido "no pueda ver la transformación del barrio" gracias a su declaración como "barrio degradado". Luego, los familiares de Rosendo Paniagua retiraron la bandera de Gijón que tapaba la placa que da nombre a la zona verde, en la que se puede leer: "La ciudad de Gijón recuerda a quien presidió la Asociación de Vecinos Evaristo Valle de Tremañes durante 8 años. Fue un luchador incansable que solo buscaba el bienestar de su vecinos. El barrio que nos legó lleva su huella, en cada rincón, en cada acera, en cada espacio. Su legado permanecerá para siempre en estos jardines que él mismo impulsó con su natural convicción y determinación"

miércoles, 3 de octubre de 2018

Tremañes pìerde al entrañable cura Cándido Viñas

El jesuita Cándido Viñas se despide de Tremañes tras 40 años como párroco

"Me voy muy triste, pero con la gente del barrio en mi corazón", asegura uno de los primeros sacerdotes obreros de Gijón en su última misa

01.10.2018 | 03:32
El jesuita Cándido Viñas se despide de Tremañes tras 40 años como párroco
Cuando Cándido Viñas llegó a la parroquia de Tremañes en 1973 como colaborador del recordado José María Díaz Bardales poco podía imaginar que se iba a quedar en entres sus gentes durante más de 40 años. Y tampoco podía sospechar que se iría del barrio "muy muy triste", con los 84 años ya cumplidos, a cubrir la última etapa de la vida a la Villagarcía de Campos que lo vio nacer, allá en la llanura de Valladolid. Y es quela vida le ha pasado al sacerdote jesuita "como un suspiro", y la hora de la jubilación le ha llegado casi sin querer, envuelta eso sí en múltiples capas de agradecimiento.
Sus parroquianos quisieron brindarle ayer, con motivo de la misa dominical, el homenaje que se merecía, tal cual es él: sencillo y emotivo. No hubo grandes fastos ni grandes regalos, pero le entregaron el mejor de los presentes: el cariño concentrado de decenas de fieles apiñados en el templo de San Juan Bautista para ofrecerle un largo aplauso en pie, resumen de lo que se merece toda una vida de entrega y dedicación. "Me llevo lo mejor, que es la gente de Tremañes en mi corazón",aseguraba antes de oficiar la misa entre besos y abrazos de los suyos, los que lo consideran "de la familia, porque Cándido siempre ha estado presente, en las bienvenidas y las despedidas", como quiso reconocerle una feligresa.
"¿Qué queréis que os diga ahora?", interpeló el sacerdote en la homilía, visiblemente emocionado, antes de recordar los pasos que fue dando en la vida antes de llegar a Gijón como uno de los primeros curas obreros de la ciudad, de esos que dejan huella a base de trabajo y sintonía con el pueblo. "Me voy de vuelta a Valladolid, a una casa de la Compañía de Jesús en el pueblo en el que nací, en el que pasé la niñez y algunos años de mi juventud", relató Viñas en su intervención, antes de recordar cómo completó su formación con los jesuitas como maestro en la Universidad Laboral a principios de los años 60. De las aulas se incorporaría al tajo: "pasé unos años en La Felguera y Sama, en La Agüeria, detrás de la iglesia", y de allí, de nuevo a Gijón, para echar tres años trabajando en el Dique de Duro Felguera "con un permiso especial del entonces cardenal Enrique Tarancón".
De todos los años como párroco en Tremañes, cargo al que accedió en 1980, después de un periodo de formación y colaboración con Bardales, "no me arrepiento de nada de lo que hice", confesó en el púlpito. "Siempre he querido contar con los demás, hay que estar cercano para que entre todos hagamos un mundo mejor", rememoró ayer quien también trabajó como recogedor de basura "cuando la basura se echaba a mano en el camión", y quien siempre estuvo a pie de calle, echando una mano en una obra o tomando un vasín con los parroquianos porque esa era la mejor forma de sentirse uno más y palpar de cerca los problemas.
"Hoy os digo muchas gracias y no lo digo por quedar bien; os pido perdón si alguna vez metí la pata, aunque no tengo conciencia de haberlo hecho, y también os pido disculpas si por la calle no os saludo, porque veo muy mal", contó a sus feligreses antes de concluir la homilía asegurando que "me voy muy triste porque me marcho de Asturias, me marcho de Gijón y me marcho de Tremañes; volveré a visitaros".
Nada más pudo añadir Cándido Viñas porque lo interrumpieron los aplausos de la concurrencia, puesta en pie y emocionada. Y como la ocasión lo merecía, muchos parroquianos quisieron tomar la palabra para dedicar unas palabras de agradecimiento a su párroco. El primero fue el concejal de Obras, Manuel Arrieta, quien resaltó "la gran importancia que ha tenido Cándido para Gijón; siempre buscando la mejora de los ciudadanos".
Luis Manuel Flórez, Floro, responsable de Proyecto Hombre, quiso dejar claro que Cándido "ye un paisano tal y como se entiende en Asturias, que nació en Castilla pero es gijonés, del Sporting y de Tremañes de adopción, comprometido con el pueblo obrero desde el primer momento". "Hay una soldadura entre Cándido y Tremañes y es muy extraño romperla", continuó Floro, quien afirmó que "es como que no nos creemos aún que se jubile y que se vaya a ir, porque es una institución, un referente para luchar por lo importante, un hombre lleno de ternura, de sencillez, un hombre de fe que verdaderamente nos acerca al reino de Jesús. Pero la vida se impone y volverá a su tierra, y nosotros recordaremos siempre la buena persona que es".
Varios feligreses más quisieron dar las gracias también por "aportar su compromiso, su dignidad y por acogernos siempre" por "dar siempre prioridad a las personas y sus necesidades". Cándido Viñas, abrumad por las muestras de cariño, no pudo más que mirar al suelo con humildad y asentir dando las gracias como es él. Con sencillez y naturalidad.