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martes, 2 de abril de 2019

Un parque para Sendo Paniagua en Tremañes como homenaje

Un parque para Sendo  en Tremañes  como homenajea a Rosendo Paniagua del Pozo, su líder vecinal hasta su fallecimiento, en enero de 2015

J. M. Ceínos 02.04.2019 | 02:41 LA NUEVA ESPAÑA


A la derecha, Pilar Nieto Alonso, viuda de Rosendo Paniagua del Pozo, con familiares, en el momento de descubrir la placa en homenaje y recuerdo de su marido. MARCOS LEÓN
Rosendo Paniagua del Pozo falleció el 4 de enero de 2015. Tenía 73 años de edad y buena parte de ellos los dedicó a la Asociación de Vecinos "Evaristo Valle" de Tremañes, primero como vicepresidente de su junta directiva y durante ocho años como presidente. Como otros muchos formó parte del destacado movimiento vecinal de la ciudad que luchó para mejorar las condiciones de vida de los gijoneses, especialmente de los barrios.

Desde ayer, a las doce y media del mediodía, la mejor zona verde de Tremañes lleva su nombre, tras descubrirse una placa que recuerda al líder vecinal. Varios concejales del Ayuntamiento de Gijón acudieron al acto para acompañar a la viuda de Rosendo Paniagua, Pilar Nieto Alonso, y a sus hijas Pilar del Carmen y María Teresa, y nietos. "Siempre trabajó por la mejora del barrio", afirmó el concejal Manuel Arrieta, quien representó a la alcaldesa, Carmen Moriyón, en el acto, que congregó en el ahora parque de Rosendo Paniagua del Pozo a numerosos vecinos de Tremañes.

Carmen Fernández habló en representación de la Asociación de Vecinos "Evaristo Valle" para señalar que Rosendo Paniagua, popularmente Sendo, fue un hombre que luchó para conseguir lo mejor para Tremañes, entre otras cuestiones el parque que lleva su nombre desde ayer.

La viuda del líder vecinal cerró el acto dando las gracias a los presentes y lamentando que su marido "no pueda ver la transformación del barrio" gracias a su declaración como "barrio degradado". Luego, los familiares de Rosendo Paniagua retiraron la bandera de Gijón que tapaba la placa que da nombre a la zona verde, en la que se puede leer: "La ciudad de Gijón recuerda a quien presidió la Asociación de Vecinos Evaristo Valle de Tremañes durante 8 años. Fue un luchador incansable que solo buscaba el bienestar de su vecinos. El barrio que nos legó lleva su huella, en cada rincón, en cada acera, en cada espacio. Su legado permanecerá para siempre en estos jardines que él mismo impulsó con su natural convicción y determinación"

domingo, 23 de agosto de 2015

TREMAÑES , la arma.

 La Policía encuentra un obús abandonado en un contenedor de basura de Tremañes

Expertos en explosivos de la Jefatura de Oviedo se desplazaron de madrugada hasta el polígono industrial para hacerse cargo del artefacto

23.08.2015 | 05:26 DIARIO LA NUEVA ESPAÑA

el artefacto de tremañes. El obús localizado durante la madrugada de ayer por la Policía Nacional en Tremañes se encontraba escondido entre varios cartones. El artefacto de tremañes. El obús localizado durante la madrugada de ayer por la Policía Nacional en Tremañes se encontraba escondido entre varios cartones.
R. GARCÍA Un extraño hallazgo en mitad de la noche. Los operarios de la Empresa Municipal de Medio Ambiente Urbano de Gijón (Emulsa) alertaron ayer a la Policía Nacional de la presencia en un contenedor situado en un polígono industrial de Tremañes de un obús de unos 40 centímetros. Hasta el lugar de los hechos se desplazaron varios agentes del grupo de técnicos especialistas en desactivación de explosivos (TEDAX), de la Jefatura Superior de Policía de Asturias, con base en Oviedo.

Los hechos tuvieron lugar minutos después de la una de la madrugada. El artefacto explosivo se encontraba escondido entre varios cartones en un contenedor situado en la confluencia de la calle Bazán y camino del Melón. Los tedax que se personaron en el lugar realizaron una primera inspección ocular y posteriormente desplazaron el obús hasta la Jefatura de Policía. Los agentes tratarán ahora de averiguar quién se deshizo de esta pieza sin tomar las medidas de protección adecuadas. El acusado podría enfrentarse a una importante sanción económica impuesta desde la Delegación del Gobierno en Asturias. En la investigación serán clave los interrogatorios que lleven a cabo en los próximos días los funcionarios policiales en el entorno en el que fue hallado el artefacto.

Se da la circunstancia de que no es la primera vez que las autoridades se encuentran este año con una sorpresa en los contenedores de basura. En febrero un chatarrero se personó en las instalaciones de la Policía Local con una pistola de 9 milímetros que se había encontrado en un basurero situado a la altura del número 38 de la avenida de Hermanos Felgueroso. La Policía puso entonces en marcha una investigación que permitió dar con el responsable de esta negligencia. Se trataba de un vecino que había heredado el arma y que se había deshecho de la pistola tirándola a la basura sin llevarla -tal y como obliga la legislación-, a la Comandancia de la Guardia Civil




viernes, 21 de diciembre de 2012

Uno de los Nuestros: Mariano Ferández


Mariano Fernández: «Bajamos por no reforzar el equipo»

El ya ex consejero confía en que el actual Sporting «irá para arriba», pero advierte de que si pierde el objetivo puede llegar a bajar

 13:40  
Mariano Fernández recibe la felicitación del presidente Manuel Vega-Arango.
Mariano Fernández recibe la felicitación del presidente Manuel Vega-Arango. 
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GIJÓN, J. E. CIMA

 Los veteranos Amador Yenes y Mariano Fernández Prendes, que vivieron la época más dura del Sporting, fueron sustituidos como consejeros en la reciente Junta de Accionistas. El encargado de las relaciones con las peñas rojiblancas fue Mariano Fernández Prendes, nacido en Pervera hace 72 años pero que desde muy niño vivió en el barrio de Tremañes.. 

Fernández Prendes dice que «llegas a una edad y te buscan relevo. Mi misión era buena para cuidar con esmero a las peñas donde estála verdadera afición del Sporting, que llama la atención en Asturias y en España. Hay calles en Gijón con 6 peñas. Igual no se ha valorado mucho que en los últimos años se fundaron 50 peñas».

Le costaba dejarlo pero una llamada de José Fernández le deja feliz. «Me llamó mi amigo, el jefe, para decirme que aquí , en el Sporting, tengo mi casa y que sigo con las mismas prebendas y como uno más dentro del organigrama del club, aunque sin cargo. Así que seguiré acudiendo a alguna peña. Fue un buen detalle de que a las personas hay que tratarlas con cariño y que no son objetos. A veces recibes una bofetada pero luego te dan mimos».

Mariano fue árbitro durante 15 temporadas. Luego pasó a ser lugarteniente en el colegio de árbitros que presidía Fombona durante 30 años al que considera un fenómeno. En 1999 entró como directivo del Sporting. «Precisamente esa fue una de las mayores alegrías, que me llamara el presidente Juan Pérez Arango cuando yo era un desconocido y no tenía un duro. Junto al ascenso del Sporting con Preciado donde todo el mundo se tiró a la calle a celebrarlo con el paseo de la plantilla en el autobús», señala.

Fue también el consejero que acompañaba a expedición rojiblanca en los viajes. A Fernández Prendes no se le olvida aquellos «viajes en autobús cuando el club estaba muy mal económicamente. Marchabas al Egido y volvías la siguiente semana. Era duro pero imprescindible tener allí a un consejero. Ahora todo ya funciona con dinero y viajes en avión, gracias al paso por Primera. También me dio pena cuando se tuvo que echar a obreros del club».

El descenso a Segunda fue uno de sus grandes disgustos como consejero. Mariano Fernández dice que «se veía venir y me llamaban pesimista. No se reforzó bien el equipo y se dejó marchar a Diego Castro, como ahora a Rivera, que eran jugadores con peso en la plantilla y también porque se fallaba por banda y en el centro del campo».

En cuanto a la situación del equipo, Fernández Prendes confía en que «se irá para arriba porque sólo hay dos o tres equipos grandes; los demás son poca cosa. Pero, ojo, que de no subir hay que tener cuidado porque también se puede bajar porque se está muy cerca si pierdes el primer objetivo. Espero que no tengamos que rezar al final porque tampoco fuimos a ver La Santina».

Respecto al club considera que económicamente «tenemos a un fenómeno como Antonio Veiga que lleva las cuentas y las cosas van bastante bien. Aunque ya no hay tanta fluidez como hace dos años y se nos retiran patrocinios. De estar en Primera a Segunda hay una diferencia abismal de ingresos. Se notó también en la captación de socios en Primera, a la de ahora, que fue miau».

viernes, 31 de agosto de 2012

El síndrome de la uralita


El escritor gijonés Víctor Guerra identifica en el paisaje heterogéneo de Tremañes, con sus polígonos industriales incrustados en el trazado urbano, un ejemplo de que el sector oeste de Gijón «ha sido pasto de políticas urbanísticas no planificadas»



Victor Guerra (Chusi) en Tremañes

 02:48   
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Naves en el polígono industrial de Los Campones.

Naves en el polígono industrial de Los Campones. marcos león
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Gijón, Marcos PALICIO
La Dehesa era en el Tremañes de los años sesenta y setenta un barrio humilde de minúscula vivienda obrera de planta baja, pequeña finca con huerta y a veces varias familias en cada casa. Hoy cuesta imaginarlo, aquella zona «marginal» tiene chalets adosados y calles peatonales, edificios del pasado que han sobrevivido rehabilitados y repintados y hasta una residencia geriátrica de fachada acristalada con spa. Pero a la vuelta de la esquina y enfrente, al fondo y por todas partes asoma entre las casas el perfil heterogéneo de las naves industriales, «la depresión de la uralita» en la voz de uno de Tremañes que piensa que todo esto podía haberse hecho de otra manera. El escritor Víctor Guerra, criado en la calle Los Pinos, barrio de La Fuente, cuando los niños jugaban con la arena de las obras de los polígonos que ahora cercan por completo la parroquia, ha subido hasta La Muria a buscar refugio, a echar en falta la aldea que perdió el oeste de Gijón, a ver mejor lo que el tiempo y los planes urbanísticos han hecho con ella. Y a confirmar que su pueblo «ha sido pasto de políticas no planificadas a nivel urbanístico e industrial», que las vías de Renfe por un lado, las de Feve por otro y el trazado de la autopista «Y» asumieron a su paso el resto del trabajo del estrangulamiento de la parroquia.

San Juan y La Muria son lo que queda, lo que eran, todavía un reducto agrario de manual nde un caballo reclama atención desde su finca y las casas con corredor y huerta viven a salvo de la invasión industrial. Desde aquí, Guerra contempla a sus pies la continuidad onocromática de los tejados de los polígonos, mezclada con el marrón de los nuevos desarrollos residenciales, siempre con las naves entre las casas y, al fondo, las dos hileras de siete bloques gemelos pintados de amarillo que configuran la barriada obrera de Lloreda. Apartando la uralita y el perfil grisáceo de los almacenes, fijándose bien, el escritor podrá reconocer la silueta de la quinta Juliana, de todas las que hubo la única que resiste con la sola compañía de la finca Valle, hoy en pie pero ceñida por las dependencias de la Fundación Laboral de la Construcción. Guerra propone a la más habitada de las parroquias fabriles del oeste de Gijón como ejemplo del «crecimiento sin planificación» ni delimitaciones claras entre espacios, con tantos polígonos que «a veces los camioneros no saben en cuál están» y tanta confusión que no sería posible precisar dónde empieza el pueblo y dónde acaba el área empresarial. Aquí «La Pureza» es solamente el nombre de una calle. Lo mismo que «La Esperanza».


El desorden arrancó cuando Bankunión 1, el primer polígono, se llevó por delante la quinta La Movila, enseña Guerra. La quinta Marina, «la primera que encontrabas viniendo desde Gijón», estaba más o menos donde hoy un edificio puesto a nombre de una empresa aseguradora en el arranque de la avenida de Los Campones. Así ha crecido esto, y no sólo aquí. El eco de la protesta de Guerra se oye en el resto del oeste fabril gijonés, donde las áreas empresariales de Porceyo avanzan hacia el pueblo y hace mucho más tiempo que Veriña, Poago y Fresno conviven a diario con su vecina la siderurgia. «El gran problema de Gijón», afirma, «fue la carencia de una planificación». De vuelta a casa, al paisaje abigarrado de la calle Los Pinos, donde las casas de planta baja comparten el espacio con los viejos y los nuevos bloques en altura y con dos almacenes contiguos de ladrillo visto, el escritor rememora el caos como aquella indefinición en la que «aquí un año se podía construir, al siguiente no se sabía, al otro formaba parte del polígono...». «En esta zona están plasmadas todas las evoluciones e involuciones que hubo en el concejo», remata Guerra. Y en la línea de llegada del proceso se ve «un área residencial, tres calles más allá naves en construcción» y en la avenida de Los Campones cuatro casas que viven literalmente rodeadas por una carpintería metálica y un almacén de maquinaria, con vistas a un taller mecánico y a otro de neumáticos. 




A Guerra, aquí «Chusi», descendiente de molineros que molían en El Natahoyo, no le extraña que su madre, que sigue viviendo aquí, haya querido mudarse a La Calzada, esa referencia permanente que extiende su trazado urbano de ciudad autosuficiente al otro lado de la playa de vías del ferrocarril. «Si el proyecto de soterramiento ferroviario se hubiese llevado hasta Puente Seco», en Veriña, lamenta el escritor gijonés, «se habría liberado una gran cantidad de terrenos y la ciudad habría cambiado por completo. Pero ya es demasiado tarde», asume, desactivados aquellos planes en gran parte por la expansión de la mancha industrial también hacia los aledaños de las vías.

Guerra, escritor e historiador de la masonería, colaborador de LA NUEVA ESPAÑA y entre otras ocupaciones diseñador de proyectos de movilidad ciclista, administra un blog sobre su parroquia muy significativamente subtitulado «Diario de una aldea». Tremañes se escribe en plural porque siempre, desde donde alcanza la memoria del escritor, Tremañes fueron varios. Física y socialmente. San Juan conserva el espíritu agrario alrededor de la torre de la iglesia, el barrio de La Fuente combina lo poco que queda de aquello con el cogollo de la invasión industrial y Lloreda es hoy lo que ha sido siempre, otra cosa, una auténtica ciudad con sus servicios, «su cine, su propia iglesia, su colegio». Ya no están aquellos núcleos marginales. 

La Dehesa, el de la emigración castellana, tiene adosados y limpias calles peatonales; las chabolas de «Villa Cajón» fueron reemplazadas por las viviendas sociales de la «ciudad promocional». Aquella «parroquia muy segregada», con su triple realidad social heterogénea, aún mantiene en la actualidad tres asociaciones de vecinos y varias realidades estética y sociológicamente distintas separadas por las grandes infraestructuras, nada que ver la ruralidad resistente de San Juan con la urbanidad moderada de La Fuente o con la barriada obrera de manual de Lloreda. «Pero nunca hubo un problema de integración», precisa Guerra. «Hubo mucha gente de paso que se quedó, otros se fueron» y el poso de las sociedades hechas por aluvión aguantó para seguir edificando la sociedad peculiar del sector industrial del oeste de Gijón.