A falta de foto de Conchina, aquí está la que hizo el genial César (Fotógrafo naturalde Tremañes y naturalizado en La Calzada, detrás de esta casa (Finca Ramonita, vívia Conchina)
De rapacinos, en aquel apacible Tremañes de los años 60, por el cual de tarde en tarde, circulaban algunos coches por sus exiguas carreteras. Casi siempre en busca de algún enfermo, o de alguien que había pasado al Oriente Eterno, o simplemente algún vecino con pudientes. Aunque nos asombraba la presencia diaria del viejo autobús del Sr. Mena, el cual interrumpía con su inmenso Pegaso la carrera de chapas, que los chavales de La Fuente, montábamos por el eje asfaltado qie iba desde Casa Ramonita en dirección a las Casas de La Móvila.
Los verdes prados que nos rodeaban surcados de alguna que otra carretera, constituían los predios donde la hija de Maria el Nietu, Conchina una mujeruca de eterna pañoleta a la cabeza, de arrugadas facciones ya acartonadas como sí por ella hubiesen pasado siglos en vez de años, nariz aguileña y voz cantarina y con un imperecedero cigarrillo liado, un “ideales” de cuarterón colgando permanentemente de sus labios; tal personaje cuidaba un exiguo rebaño de vacas.
Los verdes prados que nos rodeaban surcados de alguna que otra carretera, constituían los predios donde la hija de Maria el Nietu, Conchina una mujeruca de eterna pañoleta a la cabeza, de arrugadas facciones ya acartonadas como sí por ella hubiesen pasado siglos en vez de años, nariz aguileña y voz cantarina y con un imperecedero cigarrillo liado, un “ideales” de cuarterón colgando permanentemente de sus labios; tal personaje cuidaba un exiguo rebaño de vacas.
Tal duende vaqueiro era el fruto de nuestros dardos juveniles al que acosábamos queriendo robarle el cuarterón del tabaco, o insistiendo para que nos enseñase las piernas, o simplemente le hacíamos de rabiar tirando de aquellos trapos que remendaba una y otra vez, mientras que con la guiada que yendaba las vacas, que ramoneaban por las orillas de los caminos, salía en nuestra persecución enrabietada hasta los tuétanos.
Vivía en la conjunción del camino que iba desde La Fuente hasta la Iglesia de San Juan de Tremañes, y el caminín de que circunvalaba la finca de Jesús el del Estanco, adosada a tal muria de la finca aún hoy se puede contemplar la casa de Maria el Nietu, la cual habitaban además de Conchina, Rosario y Gerardo, sus hermanos.
Este personaje sacado de las viejas películas costumbristas era, como digo, toda una estrella en la parroquiapara adultos como para la chiquillería, tanto por su estampa, por sus decires llenos de redioses, a los cuales era tan aficionaba.
Algunos atardeceres, entrada ya la noche, llegaba hasta la casa de mis padres pidiendo el favor, ya conocido y siempre consumado, de que mi señor padre: Jesús el Moliñeru, le arreglase una y otra vez, sus desastrosas cataderas de hojalata.
Cacharros lecheros que no eran más que latas de acite reconvertidas, llenos de bultos y golpes producto del mal genio de su hermano Gerardo, que alguna que otra vez, cuando la violencia doméstica nos era más familiar, se los lanzaba a la cabeza desde la puerta de la cuadra.
Allá iba la pobre Conchina a casa de mis padres con sus desastrosos cacharros y de paso a picar algo, mientras mi padre refunfuñaba acerca de la imposibilidad de que aquellos cacharros pudiesen llevar una gota más de estaño, y le explicabami recordado padre por enésima vez, "que mejor era que Gerardo se estirase y comprase una catadera nueva", ante lo cual sumida en la humareda del “Ideales”, Conchina, hacía oídos sordos a tales monsergas.
Lo cierto era que la visita de Conchina constituía en mi casa todo un acontecimiento, pues el olor dulzón del ganado inundaba su persona y pronto se esparcía por tada la casa, que terminaba se impregnaba de sus innumerables “ideales” que pipeaban de su boca mientras su mente se perdía en innumerables recuerdos de antaño.
Todo ello tenía la virtud de ir rebajándole a mi padre su punta de mal humor y convenciéndole con sus dimes y diretes, que pusiese a calentar el estañador entre el carbón de la cocina para restañar tanto agujero y abollón, mientras le sisaba a mi progenitor algún que otro “celtas con filtro” o sea “cigarros de señorita” como ella decía.
Muchos días fueron los que nos entretuvo a los críos, esta entrañable mujeruca que en sus días buenos y al solaz de sus vacas nos daba una calada mientras nos pellizcaba las piernas.
Un día volví a la parroquia tras una larga ausencia y Conchina ya no estaba, se había ido al Oriente Eterno, me imagino que ahora se sentará junto a aquellos otros personajes tan típicos de la parroquia, como D. Ramiro el párroco casi siempre encerrado en aquel jaulón abacial de altos muros y del que decían que gastaba pistola, o Marina la Guardesa del paso anivel del "Carreño", que así llamábamos al FEVE en aquellos tiempos, era ésta una inmensa moza ya metida en años de buen ver y deslenguada como ella sola, que traía a raya a conductores e interventores del Carreño, y a todo quisqui que por su frontera pasara.
Me los imagino a todos ellos en sus sillas de viejos mimbres, allá por donde campea el olvido contemplando la vieja parroquia destrozada y envuelta en mil y un problemáticas, y recordando los viejos tiempos de Maricastaña.
Víctor Guerra García
Muchos días fueron los que nos entretuvo a los críos, esta entrañable mujeruca que en sus días buenos y al solaz de sus vacas nos daba una calada mientras nos pellizcaba las piernas.
Un día volví a la parroquia tras una larga ausencia y Conchina ya no estaba, se había ido al Oriente Eterno, me imagino que ahora se sentará junto a aquellos otros personajes tan típicos de la parroquia, como D. Ramiro el párroco casi siempre encerrado en aquel jaulón abacial de altos muros y del que decían que gastaba pistola, o Marina la Guardesa del paso anivel del "Carreño", que así llamábamos al FEVE en aquellos tiempos, era ésta una inmensa moza ya metida en años de buen ver y deslenguada como ella sola, que traía a raya a conductores e interventores del Carreño, y a todo quisqui que por su frontera pasara.
Me los imagino a todos ellos en sus sillas de viejos mimbres, allá por donde campea el olvido contemplando la vieja parroquia destrozada y envuelta en mil y un problemáticas, y recordando los viejos tiempos de Maricastaña.
Víctor Guerra García
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