Como nos recuerda el padre de los dioses, metamorfoseado en lujurioso cisne, el sexo domina nuestra vida, y entre la chavalería de aquellos tiempos más extrovertida en esos temas que la de hoy, al menos en clave interna del grupo, aunque es muy posible que me equivoque, esto del sexo era un juego en que nos íbamos metiendo poco a poco en base a complejas y complicadas evoluciones.
Por un lado no teníamos la suerte, porque además éramos pequeños aún para ello, de que alguno de los familiares más próximos, padres o tíos, nos llevasen de putas para iniciarnos en el arte del sexo. El descubrimiento de Cimadevilla como Barrio Chino fue más que tardío.
Por lo cual nuestros propios descubrimientos venían de fisgar alguna que otra que otra hembra, bien de la casa cuando se bañaban en aquellas piletas o baldes en medio de la cocina, por aquello de que era el lugar más caliente de la casa y porque no había aún bañeras, aunque sí retretes, o porque solo había que mirar nuestro entorno.
Por tanto nuestro objetivo como púber animales que éramos, era buscar zonas de observación ajenas a nuestro entorno familiar, por un lado porque este último nos atraía menos, y además de difícil, podían traer consecuencias nefastas para nuestros ya magullados cuerpos, pues entre los tirones de orejas de los profesores, que nos las tenían medio arrancadas, había que sumar zapatillazos, y alguna que otra panadera paternal, y nos pescaban en esas lides, puede uno imaginarse.
Por tanto nuestro campo visual y del conocimiento del sexo, en aquellos mediados años 60, eran por un lado algunas fotos en libros que a veces colocaban algún dibujo de negras enseñando teta, pero todo muy recatado, algunas reales hembras meando en el camino o al lado de la fiesta parroquial, o en la zona de playa, o alguna gitana o portuguesa dando de mamar a algún churumbel, eso si luego estaba el mundo zoo-jodienda que se mostraba sin recato alguno, libre albedrío y a la vista de todos, animales que pululaban por la aldea en plena faena sexual: perros , gatos, vacas y toros, caballos, y cerdos, ese era parte d nuestro universo. Y no dejaba de ser paradójico pues si podíamos les jodíamos a los pobres animalicos la follenda con pedradas, u otras acciones para bajarles la calentura.
Pues eso cuando la adolescencia entraba en nuestra vida, descubríamos el ardor….
Fruto de nuestras insidias en este campo de ver que había debajo de los faldamentos y encima de los tobillos, era Conchina la del Nietu, con la cual pugnábamos por verle las piernas, y por ver sí utilizaba bragas y de qué tamaño; dicho sea de paso solo había un tipo, a juzgar por lo visto en los tendales.
Pero los intentos con Conchina siempre nos traía algún que otro palo a base de la larga “guiada de les vaques” y además con tanto refajo y pololos no había carajo quien le viera más allá de los tobillos. Por lo cual debíamos extender nuestras pesquisas más allá.. pero era difícil lograr nada, ni las horas, ni los emplazamientos eran idóneos, y cuando habíamos descubierto a alguien en esas labores, se corría tan rápido la voz que el afectado o afectados enseguida se daban cuenta y se acababa la función, aunque yo nunca tuve vocación de voyeur, tal vez por timidez.
Seguir a la parejas era difícil, pues en la zona de acción en el barrio había pocos “picaderos” en prados o laterales de caminos, como mucho, un día descubrimos a una pareja que se lo hacía en un prado de la finca de Melón con cierta frecuencia, pero lo más que vimos en las tres o cuatro ocasiones que acechamos a la pareja era el culo lleno de pelos del buen señor con los pantalones a medio bajar, salvo una vez que nos pilló en plena faena de fisgones, y se levantó el buen mozo,en pos de unos voyeurs que teníamos de compañeros en otro apostamiento, y pudimos ver el resto de los “mirones” el buen felpudo de la señora que sin ¡bragas que perturbase nuestra atenta mirada, lo vimos en pleno orgasmo pues se vio abandonada por su amante en medio de un ensoñado momento de placer, y no se dio cuenta de la situación, así nos mostró al menos a mi y al compañero de andanzas del cual omito el nombre, aquella buena hembra casada su maravillosa pelambre y unas más que generosas tetas tras quedar allí como pasmarotes, durante fue nuestra más sensual referencia.
Eso sí nos ganamos su enemistad porque con aquello perdía a su vigoroso amante, y entablaba con nosotros dos, una extraña relación de aversión y atracción, siempre pensábamos como chantajearla y hacernos con sus favores. Ilusos adolescentes, pues alguna vez nos dejamos caer por su casa para ver si se amimaba a hacernos algo, que si yo, hacernos su amantes, enseñarnos su poblado felpudo, o dejarse acariciar, pero lo más que conseguimos fue una merienda unos afectuosos abrazos y besos a la vez que nos mostraba los generoso de su escote.
Y todo era muy curioso, porque aparte de todo no había revistas,
y si las había no había manera de verlas, fotos pornográficas, yo creo que las primeras que ví fue con 14 años, en la fábrica de vidrio de Laviada, donde aquel asistente que teníamos en el horno, nos dejaba verlas mientras medio nos palpaba la bragueta. Me hace gracia ver al personaje por Gijón, con esas grandes zapatillonas y los labios pintados con “mercuriocromina", que a veces le mancha toda la cara.
Y pese que no había apenas televisión, ni fotos, ni revistas, ni acceso universal al mundo del sexo como ahora, por medio de Internet, si que era algo que sustanciaba nuestras vidas.
No es que fuera un argumento vital, pero planeaba entre el grupeto, que lo más que llegábamos era a mirarnos mutuamente “la pija” o la pirula”, darnos algún restregón que otro, pues eran tiempos en que descubríamos la técnica del pajoteo, que era más una actividad individual y personal que colectiva, aunque en la riberas de Mortero hubo alguna que otra “pajeada colectiva”, pero eran escasas y no pasaban de ahí la cosa, y comparación de tamaños y formas , tras enseñarnos los más mayores ya con casi 20 años, sus manubrios.
Por tanto nuestros enardecimientos tenían su alivio n en las primorosas noches primaverales a base de participar en los juegos colectivos del “corro de la patata” o al Quemau, o al escondite, pero teníamos otro hándicap importante para liberarlos y era la falta de chicas, pasando lista de las compañeras, si que las había, compruebo que eran pocas y la competencia muy dura, y además éramos mundos distintos.
Por lo cual todo quedaba en eso, en estar cerca, o sea pegaditos en un escondite, o en jugar al juego de ser o no novios, sin saber qué hacer ni cómo hacerlo, pero eso sí, incitados hasta el paroxismo por los cuentos y fantasías de Carlos, éste era uno que vivía encima de Casa Ramonita, que era mucho mayor que nosotros y que junto a su primo de Santa Bárbara, nos referenciaban todo un mundo erótico y deleites algo así como la vírgenes de Mahoma, yo creo más bien fruto de su imaginación que de la praxis.
Eso sí nos dejó de piedra, cuando una noche de juegos del escondite, nos dio a oler sus dedos de tocamientos chochiles con una de nuestras contertulias, quedamos impresionados, pues sí, que aquello olía a lo que después fuimos descubriendo cada uno de nosotros sobre el enardecimiento carnal e íntimo, y hubo noches de juegos en los que aprovechaban los mayorones (hombre y mujer) para que hubiese más que de un tocamiento de bragas o calzoncillos, en medio de nuestra bendita ignorancia y adolescentes juegos, que no pasaban de aquella retahíla de besos ganados en el juego de las prendas.
Éramos fruto tardío en poder desenvolvernos en estas lides del sexo , tan solo recuerdo con cariño un revolcón en una de esas noches del escondite, en un comedero de vacas, entre hocicos de vacuno y paja, con una vecina mayor que yo que aprovechó el momento , y en segundos en medio de la oscuridad me lo medio enseño casi todo, medio lo palpé, y supe de la suavidades del sexo , en auténticos pocos segundos, en aquellos momentos supe lo que me había pasado, pues creí que me había meado. ¡Bendita ignorancia¡
El verdadero sexo llegó años más tarde y en otros escenarios ya arribada la mitad de la década de los 70.
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