Hoy traído un relato que publica otro bloguero y que tiene a Tremañes como parte de la narración
La inapetencia de mi marido me arrojó en brazos del proletariado. ¡Quién me lo diría a mí! ¡A una Ximénez de la Braña, que sólo había conocido varones de alcurnia, circuncidados con cuchillo de plata!
Una buena amiga me introdujo en este juego. Ella también sufría un marido prematuramente envejecido, aburrido como una tarde de domingo en un poblachón castellano, absorbido por los negocios y el dinero. Un eunuco sobrevenido que había descubierto tardíamente su vocación por el celibato y la almohada. Cierto día que mi amiga mataba su tedio navegando a la deriva por el Internet, tropezó con una página de relaciones y contactos. Se registró en plan de broma y en seguida empezó a recibir atrevidas peticiones en su buzón de mensajes, hasta que una mañana, mientras su marido buceaba entre informes y libros de contabilidad, ella pasó a la acción y se decidió a explorar la áspera piel de un mocetón de Tremañes.
Él fue el primero de una larga cola de obreros que se pegaban por ser el primero en tirarse en plancha encima de una burguesa, un lujo que nunca habían soñado. Ella, por sus partes, adelgazaba a ojos vista, lucía una piel tersa y firme como nunca y, encima, ganaba un dinerito extra al margen de la tacaña asignación de su marido.
Era demasiado tentador para negarse a ello, así que me apunté al negocio. Y aquí estoy, bajando en descapotable a Gijón desde mi querida parroquia de San Julián, impaciente por dejarme dominar por esos hombres de barrio, perfumados con aromas de taller y tortilla de patata, tan vulgares y sin embargo tan machos... ¿Quién dijo que el terror de la burguesía eran la hoz y el martillo?
Felicidades
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