Las viviendas de Carbaínos que el Principado alquiló en julio a cuatro jóvenes están llenas de humedades y desperfectos
El exterior del edificio.
MULTIMEDIA
Eloy MÉNDEZ
Creyeron que sus nuevas viviendas eran un sueño hecho realidad, pero se han convertido en un descomunal fiasco. Los cuatro pisos de Carbaínos que el Gobierno del Principado entregó el mes de julio, en régimen de alquiler, a jóvenes gijoneses son una ruina. Las humedades han invadido todas las esquinas de estos pequeños inmuebles, construidos en las viejas escuelas de este pueblo de Cenero gracias a un programa autonómico de rehabilitación de estos equipamientos en zonas rurales. Además, la mala calidad de los materiales y la pésima planificación de la empresa constructora hacen inhabitable el lugar. De nada han servido las reiteradas quejas que los afectados han remitido a Vipasa, el organismo público al que pagan el arrendamiento y que da la callada por respuesta.
Ignacio Guerra rebosaba felicidad el día que la consejera de Vivienda, Noemí Martín, le entregó las llaves de su piso de 56 metros cuadrados. Aparentemente, era un hogar confortable, con salón y cocina en una planta y habitación y baño en otra. Aunque estaba a varios kilómetros de su puesto de trabajo en el centro de Gijón, Guerra abandonó de buen grado su anterior casa en Tremañes y se fue a vivir al campo. «Me pareció que era una oportunidad única, porque después de haber participado en varios sorteos, por fin tuve la oportunidad de que me tocara algo», relata ahora. Nada más lejos de la realidad.
A los pocos días de llegar a su nuevo hogar, descubrió que casi nada era como le habían prometido. No había ni agua ni luz, y en las paredes ya asomaban unas preocupantes manchas oscuras. «Pronto entendí por qué habían tardado más de un año en darnos permiso para entrar», asegura. Tras varias semanas de tensa espera, los responsables de Ojensa, la empresa constructora, restablecieron los suministros básicos. Pero los problemas se multiplicaron.
«Ahora cada vez que llueve, veo cómo cae el agua por las paredes», dice el joven sentado en el sofá, situado a un metro del fregadero. En un principio, los responsables de Vipasa le «prestaron» un deshumidificador para paliar las constantes inundaciones. A las pocas semanas, se lo quitaron. «Me perdonaron el alquiler de dos meses, pero lo que yo quiero es pagar los 120 euros y poder vivir en un lugar normal», se lamenta.
En el piso de Horacio Villaverde la situación es aun peor. Los treinta metros cuadrados que comparte con su novia y dos perros se han convertido en un infierno. «Las humedades nos invaden», dice. Además, por la puerta entra la lluvia y el frío, una de las ventanas no se puede abrir porque choca contra el grifo del bañal, la madera de las escaleras que suben a un pequeño ático se ha levantado y el velux de su habitación no tiene persiana. En diciembre, dejó de llamar y enviar escritos a Vipasa. «No nos hacen ni caso, es como si no existiéramos», se lamenta.
Villaverde, como el resto de los residentes, pudo acceder a una de estas pequeñas viviendas porque tiene menos de 35 años y su sueldo es inferior a los 1.800 euros mensuales. Tras el sorteo, adquirió el derecho de arrendamiento por 25 años, sin opción de compra y con la condición de que nunca supere las ganancias fijadas inicialmente. «Era la única forma que tenía para poder independizarme», explica. Por eso, exige una solución urgente a los responsables autonómicos. Una solución que, por el momento, no va a llegar. «Se escudan en el papeleo para no dar la cara», afirma a la entrada del inmueble, mientras recuerda las palabras que la consejera de Vivienda les dedicó el día de entrega de las llaves. «Nos gusta presumir de ayudar a los jóvenes», comentó entonces Noemí Martín.
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