Los recuerdos son la leche, estos días atacado por un virus raro , que me tiene tirado por los sofás de casa sin ganas de hacer nada, soñé con una de mis antiguas escuelas: La Academia de Don Paco, no soñé con el en concreto sino con el entorno en general
La academia de don Paco,estaba situada en el “Grupo Francisco Franco”, hoy denominado Grupo Residencial de Santaolaya, sito en lo que se conoce como Cuesta de Santa Olaya
Un bloque de casas cerradas sobre si mismas, con patio interno, y a las cuales se entraba por la zona de Santa Olaya (Avenida de Galicia); en cuyo extremo había un garaje de bicicletas; o por los laterales con pasadizos sobre las calles: Ceriñola; Lepanto, o Zaragoza
En el extremo Este de esta barriada de los años 50, en el portal nº y con amplias vistas a la calle Zaragoza, se hallaba la Academia de Don Paco.
En el primer piso en la vivienda del Sr. D. Paco y donde también vivía su hija Doña Eloísa. su marido y sus dos hijos y ese piso estaba la Academia donde sus otras hijas impartían clases mientras cocinaban y hacían la vida familiar unos y otros.
Allí encontrábamos todas las mañanas a la matrona y consentidora Eloísa, Maestra gordezuela por la que yo sentía mucho cariño, era la madre de dos retoños cabroncetes que ponían de los nervios a sus abuelo, también estaba la estiradísima Doña Queti, excelente madame del «bondage» escolar, y admirada por todos por sus líneas y maneras y su enrubiada melena, y también aquella extraña maestra llamada Doña Emma, de perfil inca y un precioso pelo negro y tan extraña en aquel ambiente, y que no tengo la certeza de que fuera hija de Don Paco. igual era una profesora contratada sin más..
Éstas eran las profesoras, del mismo palo que el padre, que era puro pedernal, aunque algunas veces eran un poco más cariñosas, aunque tenían días, de sus capacidades pedagógicas lo ignoro casi todo, pues no recuerdo que hubiera diplomas de capacitación, o diploma alguno que indicase el grado de sapiencia profesional de toda aquella prole que allí impartía clase. Ignoro el grado de legalidad de este tipo de Academias, pero allí nos formábamos unos cuantos catecúmenos, lo mejor de cada casa.
A tal don Paco, que siempre recordaré porque tenía colgadas en el cuarto de baño unas botas del Ejército (de caballería),sobre una inmensa bañera, wáter por otra parte al que entrabamos todos, familia y alumnos, ya que compartíamos algunas estancias de la casa. Cuando picabas a la puerta, entrabas a un hall en el que ya había una mesa corrida ante cuyos lados nos sentábamos varios alumnos, en esa misma estancia, a la izquierda había una habitación de uso privado para la familia, y luego estaba la cocina, en la cual algunas veces calentábamos la comida algunos alumnos que por alguna razón nos quedábamos a comer.
En esos balcones de plantas se hallaba la susodicha Academia
De ese hall que daba ese primer reparto de dependencias, se pasaba a una especie de sala grande donde había tres mesas grandes corridas, dos de ellas pegadas a las paredes y otra central, a cuyo extremo occidental se sentaban los maestros.,esta dependencia faba lugar a un pasillo con una habitación a la izquierda, el wáter, creo que una habitación a la derecha y de ahí a otra habitación habilitada como aula. Este es el plano que mi memoria y recuerdos dicen que había.
Todo eso en muy pocos metros, que se nos antojaba como inmenso, y que hoy si lo pudiese ver en vivo y en directo pues quedaría sombrado que allí pudiésemos coger los que cogíamos, eso sí en plan patera en menos creo que 90 metros cuadrados.
La pedagogía del lugar consistía en hacernos sumar y canturrear, de pe a pa, lo que se nos pusiera delante, igual sumábamos tres cifras que diez, pues de lo contrario los errores los sufrirían nuestras orejas, que amenazaban con soltarse de nuestra cabeza a cada momento, de tanto tirón de orejas como allí se prodigaba eso sí, no era raro vernos con heridas en la parte de unión de los lóbulos de las orejas con la cabeza, eso sí para disfrute de nuestros maestros y como no de nuestros padres, ya que eran todos ellos partidarios del método pedagógico “la letra con sangre entra”, pues eso, como la cosa era así de burda a uno no le quedaba más que aprender.
El ensañamiento y las palizas con algunos alumnos eran de órdago, las cuales hoy serían un caso de tribunal de justicia por malos tratos: cabezazos contra el hule que teníamos por encerado, tirones de orejas, golpeo en las palmas y cantos de los dedos con reglas o varas, al Don Paco le gustaban las blimas, que zumbaban y nos dejaban unos hilillos cojonudos..
. Aquella jarca sentados en largas mesas de madera, sentados en ambos lados y unos en frente de otros, teníamos toda una rutina escolar, corrección de los deberes que llevábamos para casa el ´día anterior, y que daban lugar al rosario de castigos, al efectuar los maestros su corrección, que podían ir desde una carropotada más de deberes, a tener que copiar 200 veces “ tengo que hacer los deberes” , luego empezaban las matemáticas, hacíamos operaciones de aritmética con pluma y tintero, había un recreo a media mañana para ir a comprar una “fabiola” un bollín de pan pequeño muy rico o una ensaimada, tras esto pues repaso de historia y otras menudencias pedagógicas. Ni que decir que todo ello se desarrollaba al olor de la condumio que Elisa preparaba para su familia, y cuya elaboración cuidaba la prole del tal Don Paco.
Por las tardes, la cosa era más lánguida nos dedicábamos a la caligrafía de redondilla y a la lectura del Quijote o similares, el cierre de la jornada lo hacíamos con la elaboración de los deberes que llevaríamos para casa. Eran días se asueto y alegrías, aunque para otros era toda una tortura.
A este tirano Don Paco , de complexión fuerte, de mediana estatura metido en carnes, blancas y blandas, le conocí un atardecer en el bar Casa Victorón, sito en el Carmen, y hoy conocido como el restaurante Casa Víctor. Allí me examinó el cátedro, que me supongo que hoy sería un fiel examinador de equinos más que de temas pedagógicos.
Como mi padre veía que no progresaba adecuadamente en el Colegio de LLoreda, en manos de aquel otro sádico Don Augusto Lloreda, me llevo al tal restaurante para que su amigo Don Paco que cazaba con él, y tenían con afición común los perros, a los que íbamos a llevar la comida en plena faena escolar, a modo de asueto y hombrecillos de confianza, intuyendo mi padre que no avanzaba hizo que pasara la prueba del ocho con el tal don Paco en casa de Vitorón, que me hizo unas cuantas preguntas y unas cuantas operaciones aritméticas, y viendo que no me defendía con esos 9 años que tenía, prometió a mi progenitor hacerme un hombre de bien en pocas semanas, para sonrisa socarrona del camionero y cazador amigos de todos ellos Minón, y el taxista de la calle de Álvarez Garaya, «Paxaraes», que ya conocían de qué iba el telar del Don Paco.
Como paradojas de la vida, al pedernal de Don Paco, le tenían sublevado y sobrepasado su dos nietos, hijos de Eloísa y un misterioso señor que veíamos de muy de cuando en cuando por la casa que debía ser su yerno (marido de Eloisa) y que creíamos que era camarero. Tales nietos a los que Don Paco trataba de de badulaques y gandules, y si eso ya era malo e por sí , aún peor era como a veces los trataba en algunas ocasiones a patada limpia, como buen domador de pencos que debió ser. Pese a todo nos teníamos cariño entre todos, e inclusive a los maestros.
Era algo sí como la escuela del terror. Recuerdo que un día, a las nueve de la mañana, llegué sin saber la lección del sistema métrico decimal, la tortura empezó a media mañana y cuando ya eran las once de la noche terminé de saber y recitar de carrerilla todo el sistema métrico decimal, eso sin más alimento que el agua. Otros días de igual semejanza podían ser con las operaciones aritméticas que eran todo su manía, sumas de no se cuantas cidras, larguísimas multiplicaciones y divisiones, que había que hacer sin contar con los dedos, con las manos puestas a su vista, y con la regla puesta en sobre aviso, cuando no éramos lanzados contra la pared.
También le gustaba al tal don Paco ponernos de rodillas con los brazos en cruz y un buen montón de libros en cada palma de la mano, y nunca se olvidaba de colocar al lado del penitente a un soplón o comité de vigilancia, yo creo que en recuerdo de sus tiempos de soldado «chusquero».
Tenía buenos amigos, aunque en el recuerdo solo me hayan quedado: Justo Vázquez y su Hermano, Jorge y Javier, estos tres además todo el día estaban dibujando alemanes, en sus cuadernos, y de todos ellos quien peor lo llevaba era Javier, pues sus gases y cierta incontinencia ponía de los nervios a D. Paco y a sus “hijas profesoras”,
Había también una pesadilla escolar, o sea lo que hoy conoceríamos por un maltratador de compañeros de pupitre, “el Maraña”, hijos de una guardia de asalto que vivía en esos mismos bloques, y que me aterrorizaba todos los días, yo creo que la pagaba con nosotros porque era con quien D. Paco descargaba su saña diaria, el y sus nietos.
Así se desarrolló mi vida escolar, durante un años o año y medio, tras el examen de preparatoria, tras este examen con un notable, pasé al Instituto, que sería algo así como la Institución de libre Enseñanza comparado con la Academia de Don Paco, a la que volví para algunas clases extras, pero que dejé al punto
Victor Guerra (Chusi el fiu de Lola y el Chan)
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