La realidad de los juegos ha cambiado tanto que ya no reconozco ni los juegos ni a los niños, ya no que éstos ya no tienen tiritas, ni llamativos vendajes, ni escayolas.
Su vida gira ahora alrededor de lo acolchado, primero los parques jardines a modo de corralitos, con toboganes, columpios con suelos de goma y todo ello cercado para que nadie se escape, se perpetúa de este modo el modelo del control infinito y milimétrico.
Los juegos ya no tienen esquinas, los suelos son de goma expandida para amortiguar golpes en las caídas, y así van pasando los años de la niñez entre almidones, alejados de las búsquedas , de las bromas, de las gamberradas, de la incipiente curiosidad del otro hacia la otra y viceversa.
La adolescencia es un campo estéril de pijotería imberbe donde se pasa de lo macarra urbanita al adolescente pijo, o al jovenzuelo anuncio, reflejo del compendio duro de la publicidad al uso. etc.
Y el resto ustedes ya lo conocen, no es que sea una mala época. ¡ que va¡ Es más bien una circunstancia generacional distinta a la de aquellos años mozos, cuando en Tremañes allá por los años 6o teníamos un largo trayecto de juegos, vinculados fundamentalmente a las épocas climatológicas, generalmente muy centrados en primavera y al tiempo estival.
El invierno era tan duro, y los días tan cortos que tras las caminatas de casa a la escuela y viceversa ya era todo un trabajo al que sumar el horario escolar; además estaban las mojaduras y el secado de ropas y calzado.
El cansancio era tal, que nos quedaban pocas ganas de salir a retozar o ganberrear, y como no, había poca ropa y calzado del que disponer. O sea que el invierno era un tiempo para el reposo, la placidez del hogar y la peleas entre la parentela que pululaba por la casa
Sin embargo la primavera, y el verano era la explosión de los juegos, de las feromonas a tutiplén, y el tiempo muerto en horas y horas de juegos y andanzas.
Mis recuerdos de los primeros juegos, hay que decir que estaban vitalmente vinculados con los correspondientes castigos, o sea escaparse de casa por la ventanas y tapias al menor descuido, dejar los mandados de los padres a la menor para darse un garbeo donde la ausencia de relojes marcaba nuestro quehacer infantil. Traían como consecuencia la reprobación, cachetes, palizas a base de alpargata, y cuando la cosa era más grave funcionaba el cinturón, me río yo ahora con el tema de la ley del cachete.
Como sigamos por esas trochas al final habrá hasta una Ley de Punto Final, y nuestros progenitores tendrán que pasar por los tribunales de honor, y juzgarlos como sangrantes especialistas en torturas juveniles.
Dejando de lado el tema conceptual de la violencia infantil. Uno de los primeros juegos que recuerdo es el de las latas de conservas atadas con cordelitos a modo de vehículos o trenes, y así nos íbamos entreteniendo cargando estas de tierra y trasportándola de un lado a otro., cuando era con arena pues no había más que problema que aguantar las persecuciones de los obreros o propietarios de los arenales, que veían como poco a poco sus inmensos montones de arena pasaban a ser en poco tiempo algo así como un enjambre dunar de muy especiales características. Por lo cual sufríamos el acoso de los propietarios de los codiciados montones de arena.
Cuando carecíamos del montón de arena, la cosa empeoraba, con relación a nuestros padres, pues bien hacíamos agujeros a la puerta de casa, las calles no estaban asfaltadas, o bien nos dedicábamos al tema de mezclar el barro y el agua, lo que ya eran el sumun para nosotros y nuestras madres. Por razones óbices.
Era todo un entretenimiento buscar las latas de conserva, los montones de arena, no era fácil pero esto y el resto de las operaciones nos llevaban sus buenas horas.
Otro juego que recuerdo es verme echado en la carretera general de Tremañes pintando dos líneas paralelas a modo de circuito para meter las chapas, y a golpe de dedo empujando las chapitas con intención de ganar si se podía la pool, eso sí, no había que salirse del circuito. Era como jugar a los fórmula 1, pero con chapas, a veces en el lugar en que debía quedar las chapas colocábamos unos diminutos ciclistas de plástico a modo de La Vuelta a España.
La laboriosidad que tenían las susodichas chapase, era inmensa, primero había que encontrar el yacimiento de chapas, los bares los teníamos aburridos a peticiones y como nos asediados en busca de sus basuras, luego buscábamos cristales, o restos para poder galletear a base de una tapa de crema de calzado doblada el borde del cristal y hacer con él un perfecto circulo que pudiera entrar dentro de la chapa. Ello contraía buscar una imagen que también pudiera entrar en la chapa, y finalmente colocarlo todo y sellar el cristal con jabón Chimbo para tener una chapa guay, con aullidos de las madres que veían sus jabones hechos trizas.
Eran tiempos en que los coches que pasaban por la carretera eran más que contados, y además en caso de venir eran tan ruidosos que todos sabíamos quienes eran y hasta que distancia quedaban de nuestras posiciones. Estos juegos eran combinados con otros como el cascayu, cuyo desarrollo se trataba de una latita de crema de calzado, o sea de “servus” , vacía y vuelta rellenar de arena, que íbamos arrastrando a la pata coja con el pie, por una serie de cuadrados, era más bien un juego de chicas, pero hay épocas esa diferenciación de género o no lo teníamos tan en cuenta, al menos para este tipo de juegos.
Luego estaban las canicas, que venían en tiempos muy determinados, y que nos reunían a la muchachada alrededor de bolas de arcilla,( las canicas de cristal eran un bien preciado, al igual que la canicas metálicas, que nos surtían algún que otro padre mecánico provenientes de rodamientos viejos) y que a base de andar pelando la rodillas, pues andábamos todo el día en pantalones cortos, los largos eran un lujo y ya de personas mayores, además tenían el inconveniente de que traían más palos, pues se rompían antes que nuestras rodillas.
Otro día más...
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