Lo cierto que este tiempo estival sin bien para los guajes era cojonudo, para las madres era toda una tortura, no por los motivos de ahora, que las madres trabajan y tienen a su niños llaves´por ahí rodando, o el empaquetamiento de guajes en los campamentos y otros menesteres , pues los progenitores trabajan ambos.
En aquellos tiempos en la aldea de Tremañes, las mujeres trabajaban en casa o en todo caso con el ganado, y solo conocía un par de ellas que trabajaban fuera, Eloísa, la practicanta, la madre de los Zipi Zape. Gelu y Eduardo, y poco más… ya cuando fui “mayoretu” como dicen en Cabrales, ha había alguna más que se ganaba la vida fuera de casa, aunque en genera eran las solteras…
La tortura, se producía, porque había que andar todo el santo día pastoreando a los guajes, pendientes de las trastadas y las gamberradas de turno, noche de calor en los cuales las manos ligeras de los progenitores volaban, además de repente tener en casa una serie de chiquillos era todo un martirio, di tú que de aquella no había prácticamente vacaciones, salvo para los empleados como El Parrichu que trabajaba en la Fabrica Loza o Kiko en Gijón Fabril, aunque no tengo un recuerdo de ellos de verlos de vacaciones.
En aquellos tiempos los guajes, desempeñábamos una serie de tareas durante la época estival, por un lado estaba el ayudar a las madres con la latosa tarea de los colchones.
En casa pronto se abandonaron los últimos colchones de hoja de maíz, que estaban más bien destinados a las cunas, el resto eran colchones de lana, lo cual significaba que una vez al año había que proceder a su oreo, y a “variarlos”. La tarea empezaba con el descosido de los colchones y sacar toda la lana a orear encima de unas sabanas viejas, allí estaba un par de días el despanzurrado colchón al sol, luego venía el tema de variar los colchones, había profesionales de ello, que daba gusto verlas, casi todas mujeres, dar aquellos varazos, con largas varas de avellano secas y tostadas, que servían para ir soltando los mechones de lana hasta dejarlos en espumosas nubes,
Eran varazos que se hundían en lana y salían en las varas las vedijas enganchadas a ella. Varazo tras varazo, golpe tras golpe, las pelotas de borra se rompen, se abren, se esponjan. La lana quedaba de este modo hinchada y la borra se hace vedija suelta y fofa. La lana bien vareada se colocaba después sobre la tela del colchón recién lavada.
Y allí teníamos a las madres, o si habían alguna vecina , o alguna colchonera que distribuían bien pareja toda la lana, se cubre con parte de la tela y sentada al lado de la lana y tela, se cose con aguja curva por el costado. y en medio del colchón se ensartaban unas serie de cintas a través de ojetes o herretes hecho en la tela, y de esta manera se sujetaba así la lana para que no se moviera de un lado a otro por el colchón.
Como digo había colchoneras profesionales pero lo típico eran labores de vecindad, en las cuales en cuanto uno tenía ya una edad, pues allí le tenían dando varazos aquel montón de apelmazada lana, después de dormir todo un año, eso si luego era todo un gusto dormir en los mullidos colchones.
A mi la verdad es que siempre me dio algo de repelús el olor de la lana, y mira que me gustan los olores fuertes, pero ese olor dulzón de la lana nunca me ha gustado, por lo cual procuraba no andar tirándome como mis hermanos a las pilas de lana, por lo cual siempre recibías alguna que otra bofetada.
Otra cosa que me llamaba la atención de los colchones que siempre la tema de estos era de rayas, y de colores, algo que nunca entendido bien el porqué de ese rayonamiento y ese colorido, cuando además nunca se veía ya que por encima iban las sábanas.
En general era operaciones de combate tipo “equipo A” bien planificadas y realizadas en vis veo, pues sino tocaba dormir en el suelo.
Asi entreteníamos en parte los guajes nuestros días de verano, ayudando o estorbando con el asunto del vareo de la lana, y así me gané yo también alguna peseta , o algún que otro arrumaco cuando iba camino de la adolescencia.
Chusi.
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