Me comenta un buen vecino que estos días en Tremañes han muerto uno de los carboneros de la parroquia y que fue “ el día 26 de junio murió Luis García García, vecino de Tremañes e hijo de Álvaro y Fé (los de la carbonería).
Ello me obliga a volver a retomar este querido blog que tengo algo abandonado por otras ocupaciones, como el trabajo que me llevan los otros blogs y desde luego la culminación del libro que estos días ya ha entrado en imprenta Masonería en el Oriente de Asturias Siglo XIX y XX, pero aprovecho este anuncio para hacer una reseña parcial de mis recuerdos de las carbonerías, a lo que sumaré otro trabajo de otro blog que resume muy bien el mundo de los carboneros, aunque este articulo habla de unas carbonerías un tanto más antiguas a las que yo conocí.
Como toda casa que se preciase en Tremañes, como en toda tierra de garbanzos, que se dice, la cocina de carbón estaba presente en todas las casas , y la mía no iba ser menos, la cual además estaba atizada todo el santo día, tan solo se la dejaba un tanto mortecina tras la comida para proceder a su limpiado y lucido con aquellos estropajos de fibras naturales y que tenían como base de pulido de la chapa de la cocina agua, un poco de jabón chimbo, y arena de fregar, hasta dejarlas como un jaspe, luego de nuevo a darle caña, hasta la noche.
Tener tal artilugio encendido, que además constituía un elemento esencial y vital, calor y elemento para hacer las comidas, una vez el hombre, en este caso la mujer se irguió, dejando el caldero o pota sobre el suelo, para tomar buena posesión de la cocina de carbón.
En casa hay dos combustibles, la madera que cada año traía mi padre de la obras en la cuales trabajaba de Encargado Albañil, y que se apilaban para nuestra desgracia, pues los veranos o tiempos de vacaciones, ya sabíamos tardes dándole al picahón para hacer trizas aquellos viejos tablones, o a golpe de sierra. Lo cierto es que apenas teníamos años y apenas si levantábamos un pie del suelo, y allí nos dejaban al cargo de piras y piras de materiales para devastar a golpes de niñez. Años bonitos pero también muy duros.
El otro combustible esencial era el carbón, y este al menos en Tremañes, no era repartido como tal, aunque seguro que se hacía pero mi recuerdo es que había que ir a por él a la carbonería, por lo cual ya desde pequeño, una de las ceremonias cada semana era acompañar a padre con la carretilla de madera y dar un par de viajes desde casa (Calle los Pinos, tomando calle abajo, doblando por delante de casa Rosita que hacía esquina con la calleja amplia que daba al pradón ,o sea lo que bajábamos por lo que hoy se conoce como calle Bazán y que atravesando la Calle Ancha (La Esperanza) luego venía la Calle Pureza, con el gigante eucalipto y el bloque de pisos, yo creo que de los primeros que hubo en Tremañes, y a continuación en la otra esquina de la Calle Socorro, donde Fé y Alvaro tenían su carbonería.
Como era domingo , pues se picaba y allí bajaban uno de los dos a servirte la mercancía, que se apilaba en grandes pilas en el patio cerrado que tenían, carbón grueso y carbón fin, en casa siempre se gastaba del fino, y una vez concluida la carga y la charleta, pues de nuevo por el mismo camino para casa.
Foto de la carbonería de Fe y Alvaro
Alguna vez por semana me tocó el tener que ir por un caldero y eso era insoportable, eran unos calderos de zinc horribles de transportar pues si llevabas dos pues bien, mucho peso pero equilibrabas, pero uno era un tormento, cambios de mano continuo, y descansos sin parar.
Cuando mi padre, se decidió a jubilar la vieja carretilla, confecciono una que era uno joya, yo creo que aún anda por casa,buena si que lo era, pero pesaba un quintal, y llevaba la intemerata de sacos, y allá me veía yo carreteando con aquel flamante “aiga” carretil camino de la Carbonería de Fé, a la cual siempre le tuve mucho cariño, de Álvaro apenas si tengo recuerdos. Digamos que las mujeres de Tremañes siempre me sedujeron más que los paisanos, y de ahí que tengo presentes una serie de estereotipos en mi mente, de las que espero hablar un día.
Como digo allí me ví yo relevando a padre (Chus el Chan) o el albañil, en las tareas de transporte de carbón tres sacos en cada viaje, era toda una proeza, pero el truco estaba en cargar mucho adelante, sobre la rueda, y eso facilitaba las cosas, lo malo era cuando volcabas, y entonces debías acudir a alguien mayor para que te ayudara a estibar la carga.
De la señora Fé, ahora que mi comunicante me lo dice, recuerdo que tenía un hijo, no este que murió Luisito, del cual tengo una imagen muy borrosa, pues ni me acordaba de él…tal vez si veo una foto lo recuerde, pero de lo que sí recuerdo es a ciencia cierta, era de su hermano que murió electrocutado camino de la escuela , no sé era mayor que yo o más joven y camino de La Calzada, pues se encontró con un cable eléctrico en el suelo y allí se quedó, él iba un poco primero camino de la escuela que el resto de la plebe de la zona, y eso hizo que la tragedia no fuese mayor. Que como digo fue toda una tragedia en Tremañes.
Después de aquello, vi como se apagaba la estrella de mi carbonera, la Señora Fé, pues fue todo una pérdida, hoy ya está tanto ella como su marido Alvaro, como su hijo en el Oriente Eterno, valga pues como homenaje, no solo la esquela que he recuperado gracias a REMEMORI, sino este otro articulo sobre los Carboneros.
Qu el Oriente Eterno, te sea leve querido convecino.
EL SEÑOÑR DONLUIS GARCÍA GARCÍA
(LUISITO)
Falleció en Gijón a los 65 años de edad
Falleció el día 26 de junio de 2009, habiendo recibido los Santos Sacramentos y la Bendición Apostólica
D. E. P.
Su esposa, Eulalia Pallero Durán; hijos: José Luis y María de los Ángeles García Pallero; hermanos políticos, sobrinos, primos y demás familia,
RUEGAN una oración por su alma. Funeral de cuerpo presente en la iglesia parroquial de San Juan Bautista de Tremañes, Gijón, a las CINCO de la tarde de HOY SÁBADO, día 27, y a continuación su traslado al Tanatorio Gijón-Cabueñes para su incineración.
Capilla ardiente: Tanatorio Gijón-Cabueñes, sala 11.,
NOTA y Gracias al convencino anónimo que me ha dado este dato y que obliga a desgranar los recuerdos.
Carboneros Y Carbonerías, Oscuridad Necesaria
Digo carbonerías y no me refiero a las que se encontraban en medio del campo donde quemaban grandes montañas de leña, cubiertas de paja y tierra para que su combustión fuera más lenta y diera como resultado el carbón vegetal.
Cuando digo carbonerías me refiero a esos lugares de antaño dónde se vendía el carbón, hoy casi totalmente desaparecidos,pero que siguen vivo en el recuerdo de aquellos que las conocieron y las vivieron, aquellos que saben que lo que se vendía en ellas era algo sumamente primordial en la vida cotidiana.
(Una Carbonería en 1930)
Las carbonerías surtían a la población de carbón, algo necesario para el vivir de cada día, y raro era la calle que no contaba con una. Estaban instaladas, bien en un local adecuado para ello, o bien bajo una techumbre colocada en la misma casa en la que vivía el vendedor del producto: El carbonero.
(Interior de una Carbonería)
Adentrarse en una carbonería era como entrar en otro mundo,un mundo oscuro en el que nada más cruzar el umbral, una nube de polvillo oscuro que vagaba en el ambiente casi hacía perder el contorno de los escasos utensilios que allí había. Paredes y suelo lucían igualmente negros. De entre la nebulosa de polvo salía el carbonero,hombre del que nunca se sabía a ciencia exacta el color de su piel, pues siempre estaba tiznado de oscuro, igual que sus manos y el delantal que llevaba puesto para no mancharse la ropa, cosa que a duras penas conseguía. Si acaso podía distinguirse a duras penas el blanco de sus ojos o el de sus dientes, si es que los tenía, que la población de entonces era propensa a la pérdida de las piezas dentales.
Había en la carbonería una romana para pesar y una pala con la que el carbonero cogía el producto que pedía el comprador, y volcarlo posteriormente en el recipiente que se llevaba para ello, por regla general un cubo de hojalata o un latón al que se le había acoplado un asa.
Dentro de la carbonería se apelotaban los sacos de carbón, de cisco carbón y de cisco picón, y al fondo, en un rincón, el carbonero amontonaba los desechos que iban quedando para venderlo como carbonilla que era muy apreciada para que prendieran bien las llamas. Era lo que se vendía en las carbonerías, aunque posteriormente y cuando hubo algo más de progreso, también se vendía petróleo para las hornillas que cocinaban con este producto.
(En algunos lugares el carbonero felicitaba las Pascuas a cambio del Aguinaldo. Felicitaciones de 1940)
Era obligación de cada día comprar el carbón para el consumo diario de cada persona o familia.
A comprar el carbón, además de las mujeres, iban generalmente los niños mandados por su madre, quienes se entretenían de vuelta para su casa, en pintar con un tizón de cisco las paredes de la calle a la par que caminaban. Luego llegaban las reprimendas de las madres por llegar tiznados.
Se compraba para cocinar el carbón, que las amas de casa introducían en el poyo de hornilla que era un banco de obra adosado a la pared de, más o menos, un metro de altura, recubierto de azulejos y donde estaba empotrado el fogón de hierro que se denominaba hornilla. Al frente del poyete se abría la boca de una pequeña galería por la que se accedía al fondo del fogón o boca de la hornilla. Una vez el carbón dentro, encendía la lumbre introduciendo papeles ardiendo por las bocas hornillas. Por ahí se sacaban además las cenizas y se podía avivar el fuego por medio de un soplador que era como una especie de abanico de esparto.
Para calentarse y encender el brasero se compraba el cisco picón. El brasero no faltaba en ninguna casa que se preciase y por regla general se encendía al caer la tarde. Primero se ponía en el fondo del mismo una capa de carbonilla y se le prendía fuego, y una vez hecha brasas, se cubría el cisco picón. De cuando en cuando había que “menearlo” con la badila para que no se apagara y resurgieran las brasas de nuevo. Para que la estancia oliera bien se le echaba a la candela alhucema.
(La mujer del Carbonero- Años 60)
Pero no todos los que vivían del oficio de carbonero tenían la misma suerte. Había también otros cuyo poder adquisitivo les negaba el privilegio de disponer de un local para su venta, por lo que no les quedaba más remedio que dedicarse a su venta ambulante.
Cada mañana salían de su casa con dos grandes sacos de carbón y pregonaban su mercancía de puerta en puerta: “¡niña, el carbonero!”, y las mujeres salían a la calle con sus correspondientes cubos a comprar la mercancía.
Los carboneros ambulantes que gozaban de una poca de más suerte se servían de un mulo, igual de tiznado que él, para que les llevara la carga en las angarillas.
Ya no huelen las calles al carbón quemado que se escapaba a través del humo de las chimeneas, ni los chiquillos pintan con un tizón negro las paredes, ni se ve al carbonero, imagen oscura que generalmente ocultaba tras su negrura el blanco inmaculado de la fraternidad de antaño.
(Carbonero Ambulante en burro sobre 1950)
Como final, esta coplilla popular:
“Vaya una gracia,
vaya un salero
que tiene, madre,
mi carbonero.”
Imágenes: Todocolección.net, Oronoz, Ebay
Este artículo está tomado de http://saboranejo.blogspot.com/2009/01/carboneros-y-carboneras-oscuridad.html
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