Recojo esta noticia de El Comercio, sobre otro tremañense que se nos va.
20.01.12 - 02:36 -JOSÉ ANTONIO RODRÍGUEZ CANAL. DIARIO EL COMERIO
- En el Hospital de Cabueñes, a media tarde de ayer, llegaba a su fin una singular trayectoria humana, rica en intensas vivencias: moría un padre protector, un trabajador incansable, un compañero entrañable, un amigo leal. Caicoya, en el siglo José Carlos Caicoya López, gijonés de Tremañes, había nacido el 14 de agosto de 1931. Fue boxeador aficionado, con un palmarés sobresaliente: 21 combates con 19 victorias y dos nulos (en uno de estos en realidad acabó grogui, según él mismo reconocía).
Mili en Madrid, soldado de Infantería de Marina con uniforme hecho a medida porque pertenecía a la escolta del ministro del ramo. Pasión por el deporte, que nunca, ni en las circunstancias más adversas, le abandonaría, expresada en la colaboración habitual en la organización de pruebas ciclistas y en la afición a los bolos. Por ahí, como laborioso y humilde cronista de la cuatreada, empezó su relación con EL COMERCIO, hace cerca de medio siglo, un vínculo que se haría indisoluble.
Caicoya trabajaba en la Fábrica de Moreda, antecedente lejano de la actual factoría gijonesa de Arcelor. Un accidente laboral y una desafortunada intervención quirúrgica posterior, con secuelas de rigidez permanente en una pierna, acabaron -previo paso por un puesto de atención al público en el economato de la empresa- con el profesional siderúrgico y derivaron en una calificación de incapacidad laboral. Un eufemismo. ¿Caicoya incapaz de qué?
Además de tener capacidad para ejercer después el activismo vecinal durante muchos años, en ciclomotor, una primitiva Mobylette, de una tirada, en ocho horas, tras superar las curvas decimonónicas del Padrún y las imponentes rampas de Pajares, había sido capaz de ir hasta Villapeceñil, en las proximidades de Sahagún de Campos, el pueblo de origen de Felisa, su esposa, que le daría dos hijos, de modo que la nueva situación fue un estímulo.
Tenía su propio gimnasio en casa para mantenerse en excelente forma física y aprovechó para instruirse con un curso de fotografía por correspondencia. Las circunstancias, y su permanente disponibilidad -cualidad no demasiado abundante y cuya importancia resulta ocioso subrayar cuando se trata de información gráfica- hicieron que Caicoya pudiera, con una dedicación sin límites, entregarse de lleno a la que fue su gran pasión, ejercer como fotógrafo en EL COMERCIO.
Fue fotógrafo a la vez que desempeñaba un generoso papel de paternal tutela con las jóvenes generaciones de periodistas con los que trabajó. Caicoya, solo o casi siempre como acompañante de Jenaro Allongo, inolvidable redactor deportivo de EL COMERCIO, fallecido en noviembre de 1994, recorrió en su coche España entera -con alguna incursión en Francia, Portugal y Holanda- para dar testimonio gráfico de los partidos del Sporting.
Eran unos viajes larguísimos, interminables, por un país sin autovías, Caicoya siempre al volante, día y noche, en vigilia permanente, cientos y cientos de kilómetros para estar de vuelta a tiempo en el periódico.
Con esta disposición, con esta actitud desprendida, Caicoya, que además, en la adversidad en la calle era, por razones obvias, un seguro de vida para sus acompañantes, llegó a hacerse prácticamente imprescindible como último recurso en casos de necesidad extrema: siempre dispuesto a emprender viaje, a cualquier hora; resuelto para saltar de la cama si era noche avanzada o a postergar cualquier actividad personal cuando era inopinadamente requerido, listo en todo momento para cumplir la tarea que se le encomendaba.
Esta actitud ejemplar, esta disponibilidad impagable, muestra constante de generosidad, una conducta sin tacha, hizo que se le echara tanto de menos cuando por imperativo de la edad, primero, y luego a causa de los de su ya quebrantada salud, dejó toda actividad laboral y prácticamente no salía de casa. La muerte de su esposa hace casi dos años fue un golpe cuya dureza precipitó el deterioro de su estado hasta el final ocurrido ayer. Sus dos hijos, cinco nietos y dos biznietos pierden al patriarca familiar; los demás sufrimos la pérdida de Caicoya, el compañero entrañable, el amigo leal, que acaba de irse para siempre, pero nunca nos abandonará su recuerdo.
Chusi, fiu de Lola y Chus el Moliñeru,
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