sábado, 28 de abril de 2007

CONCHINA LA DEL NIETU


A falta de foto de Conchina, aquí está la que hizo el genial César (Fotógrafo naturalde Tremañes y naturalizado en La Calzada, detrás de esta casa (Finca Ramonita, vívia Conchina)


De rapacinos, en aquel apacible Tremañes de los años 60, por el cual de tarde en tarde, circulaban algunos coches por sus exiguas carreteras. Casi siempre en busca de algún enfermo, o de alguien que había pasado al Oriente Eterno, o simplemente algún vecino con pudientes. Aunque nos asombraba la presencia diaria del viejo autobús del Sr. Mena, el cual interrumpía con su inmenso Pegaso la carrera de chapas, que los chavales de La Fuente, montábamos por el eje asfaltado qie iba desde Casa Ramonita en dirección a las Casas de La Móvila.

Los verdes prados que nos rodeaban surcados de alguna que otra carretera, constituían los predios donde la hija de Maria el Nietu, Conchina una mujeruca de eterna pañoleta a la cabeza, de arrugadas facciones ya acartonadas como sí por ella hubiesen pasado siglos en vez de años, nariz aguileña y voz cantarina y con un imperecedero cigarrillo liado, un “ideales” de cuarterón colgando permanentemente de sus labios; tal personaje cuidaba un exiguo rebaño de vacas.



Tal duende vaqueiro era el fruto de nuestros dardos juveniles al que acosábamos queriendo robarle el cuarterón del tabaco, o insistiendo para que nos enseñase las piernas, o simplemente le hacíamos de rabiar tirando de aquellos trapos que remendaba una y otra vez, mientras que con la guiada que yendaba las vacas, que ramoneaban por las orillas de los caminos, salía en nuestra persecución enrabietada hasta los tuétanos.

Vivía en la conjunción del camino que iba desde La Fuente hasta la Iglesia de San Juan de Tremañes, y el caminín de que circunvalaba la finca de Jesús el del Estanco, adosada a tal muria de la finca aún hoy se puede contemplar la casa de Maria el Nietu, la cual habitaban además de Conchina, Rosario y Gerardo, sus hermanos.

Este personaje sacado de las viejas películas costumbristas era, como digo, toda una estrella en la parroquiapara adultos como para la chiquillería, tanto por su estampa, por sus decires llenos de redioses, a los cuales era tan aficionaba.

Algunos atardeceres, entrada ya la noche, llegaba hasta la casa de mis padres pidiendo el favor, ya conocido y siempre consumado, de que mi señor padre: Jesús el Moliñeru, le arreglase una y otra vez, sus desastrosas cataderas de hojalata.
Cacharros lecheros que no eran más que latas de acite reconvertidas, llenos de bultos y golpes producto del mal genio de su hermano Gerardo, que alguna que otra vez, cuando la violencia doméstica nos era más familiar, se los lanzaba a la cabeza desde la puerta de la cuadra.

Allá iba la pobre Conchina a casa de mis padres con sus desastrosos cacharros y de paso a picar algo, mientras mi padre refunfuñaba acerca de la imposibilidad de que aquellos cacharros pudiesen llevar una gota más de estaño, y le explicabami recordado padre por enésima vez, "que mejor era que Gerardo se estirase y comprase una catadera nueva", ante lo cual sumida en la humareda del “Ideales”, Conchina, hacía oídos sordos a tales monsergas.

Lo cierto era que la visita de Conchina constituía en mi casa todo un acontecimiento, pues el olor dulzón del ganado inundaba su persona y pronto se esparcía por tada la casa, que terminaba se impregnaba de sus innumerables “ideales” que pipeaban de su boca mientras su mente se perdía en innumerables recuerdos de antaño.
Todo ello tenía la virtud de ir rebajándole a mi padre su punta de mal humor y convenciéndole con sus dimes y diretes, que pusiese a calentar el estañador entre el carbón de la cocina para restañar tanto agujero y abollón, mientras le sisaba a mi progenitor algún que otro “celtas con filtro” o sea “cigarros de señorita” como ella decía.

Muchos días fueron los que nos entretuvo a los críos, esta entrañable mujeruca que en sus días buenos y al solaz de sus vacas nos daba una calada mientras nos pellizcaba las piernas.

Un día volví a la parroquia tras una larga ausencia y Conchina ya no estaba, se había ido al Oriente Eterno, me imagino que ahora se sentará junto a aquellos otros personajes tan típicos de la parroquia, como D. Ramiro el párroco casi siempre encerrado en aquel jaulón abacial de altos muros y del que decían que gastaba pistola, o Marina la Guardesa del paso anivel del "Carreño", que así llamábamos al FEVE en aquellos tiempos, era ésta una inmensa moza ya metida en años de buen ver y deslenguada como ella sola, que traía a raya a conductores e interventores del Carreño, y a todo quisqui que por su frontera pasara.

Me los imagino a todos ellos en sus sillas de viejos mimbres, allá por donde campea el olvido contemplando la vieja parroquia destrozada y envuelta en mil y un problemáticas, y recordando los viejos tiempos de Maricastaña.

Víctor Guerra García

domingo, 22 de abril de 2007

LA ALDEA PERDIDA: TREMAÑES


La Parroquia de Tremañes, sus límites, y la imaginación

Para una parte de los naturales de la parroquia de Tremañes, aquellos neños de la generación del 50 al 60, siempre nos ha parecido que nuestra parroquia era extensa e inmensa, aunque hemos ido viendo como ésta se desmembraba, se partía, se dividía, y se repartían sus trozos por unos denarios, sin que a nadie pareciera importale el drama que ello producía en gentes y territorios.¡ Qué lástima que no hubiera una Marcha Verde hace 30 años! Seguramente nuestra parroquia no tendría este desvertebrado aspecto de hoy.

Aquel territorio tremañense, cuna de decires gastronómicos como el “de Tremañes castañes”, o aquel otro más cruel y despectivo “en Tremañes males mañes”.

Pues como digo, esa parroquia para los chavales de la época, estaba marcada y acorralada por el ferrocarril, omnipresente en toda la aldea.
Comenzaban para nosotros la parroquia, otra cosa es lo que digan los geógrafos y los papeles, allá por el Oeste, aunque la verdad es que no conocíamos los puntos cardinales, sino otros puntos como son los lindes de Fresno, linde que marcaba aquel viejo paso a nivel del ferrocarril de Aboño, aunque en esa parte había un raro territorio, una frontera rara y extraña, que era la que marcaba la imaginaria línea que va desde el Puente Seco de Veriña a la zona alta de la Picota, en medio queda el poblado de Lloreda, que nos parecía a los guajes de la época lo más de lo más, en urbanizaciones. Sobrinos, algunos nunca habíamos bajado aún a Gijón.


El Norte lo marcaba la frontera clara y rayana de la RENFE, que limitaba y ponía al territorio a salvo de invasiones, el puesto fronterizo lo constituía aquella vetusta estación de Tremañes, y su tenebrosa caleyina, donde los críos pasábamos más miedo que vergüenza. Más de una noche tengo cogido la vieja carretera la Calzada- Moreda, y doblar en la zona del Plano, por encima de aquel viejo bar con bolera y caminar hacia La Fuente, un buen rodeo si señor, y todo por el pavor que me daban los chupasangres de La Caleyina, y aquellos escabrosos sucesos que nos leían del periódico de El Caso.

Frontera esta que se remarcaba con la marcaba la famosa Quinta de Pepe “El Pintu”, o sea la finca de la Quinta Marina”, con el paso a nivel del El Plano, y aquella cantinela de las madres ¡Cuidado y mucha atención al cruzar la vía! Aquel viejo paso con aquellos molinetes que eran deleite de los guajes y riña diaria por parte del personal ferroviario, custodio del paso con barreras. Aquel lugar, camino del Asilo Pola y de la Academia de D. Paco del Natahoyo, era donde se producían espantosos atropellos ferroviarios, que por aquellas kalendas se daban con tanta frecuencia, o eso nos parecía a nosotros.

El Sur lo marcaban por un lado las aldeas de La Muria y La Picota, pero no eran territorios que nos gustasen para corretear, tal vez nos daba miedo aquella especie de gueto humano que allí se estaba estableciendo, mezcla de etnias y lumpen., sin embargo el territorio de la Dehesa lo teníamos controlado Nuestra frontera aunque la marcarse otro ferrocarril como el Carreño con la Sra. Marina, una poderosa y madura guardesa, de amplias ancas y pechera.

La vía de Langreo, también corrí paralela a la divisoria de Este, limite a veces más virtual que real, nosotros nos saltábamos ambas y considerábamos como territorio natural y propio el Monte de la Mortera, ese mismo donde se encontró la estela dedica a la diosa romana de la salud: la Fortuna Balnearia.Aunque para nuestras infantiles mentalidades ese monte, en el que disfrutábamos como locos, era cuna y refugio de extraños maquis y depósitos de escondidas armas, y escenario de cruentas batallas y secretos inconfesables
.La Braña era un territorio lejano donde vivía un pariente: Avelino “El Perrisulu”.,Era un antiguo puesto avanzado, casi desgajado del resto de la parroquia, pues estaba por encima de la línea ferroviaria, era como digo, el antiguo puesto centinela cuando uno tomaba aquella larga recta de la Vizcaína que luego viraba para meterse por entre medias de la fábrica de Moreda, autentico tapón urbanístico, hacia El Plano.

Esos eran nuestros límites, nuestros campos de batalla, lugares de juego y correrías que se desarrollaban entre “caseríes” y quintanas, e incipientes urbanizaciones, perdidas entre leyendas que han caído en el olvido, como aquellas “quintas” donde parece que se alojó en su día Sagasti.Lo que son las cosas, hoy las fronteras las marcan los polígonos y las carreteras, y se han reducido nuestras amplios confines.

Lloreda es la frontera Oeste, el último bastión habitado que constituye con la última acción de Sopgesa en una auténtica isla desgajada del resto de la parroquia, la otra frontera con la Calzada lo sigue marcando la RENFE con un apeadero que ha perdido su viejo nombre que era Tremañes, ahora se denomina La Calzada.

Y con tal cambio desaparecimos del mapa, y nadie dijo ni pío.

La Braña y el Plano siguen siendo más que frontera, territorios testigos desfigurados de lo que fue este territorio, y como ya nos sabemos donde queda el Norte ni el Sur, hablamos de otros límites como el que marca la Autopista, que ha cercenado territorios y sueños, y enjaulado más si cabe a esta parroquia de romanos, y viejas huestes obreras, entre las que nos cupo tener a como vecino y paisano a Belarmino Tomás. Y para finalizar darle desde aquí las gracias A Xurde Morán. por ayudarnos a recobrar la memoria y parte de nuestro patrimonio.


Víctor Guerra García, un natural de Treñames