domingo, 17 de septiembre de 2017

Restaurante El Belmonte, y eso en Tremañes




Hay establecimientos que aparte de dar bien de comer a todo un barrio son ejemplo del temple de su guisandera

LUIS ANTONIO ALÍAS    Gijón     Jueves, 14 septiembre 2017, Diario El Comercio

El Belmonte se alza esquina con esquina ante la iglesia parroquial de Tremañes, y tiene por compañeras inmediatas una fila de casinas sociales de las más antiguas, de planta única y fachadas azulejadas, además de cobertizos para aperos de huertas familiares. En comparación, el restaurante, que es también parrilla y hostal, se hace gigante. Sin embargo, basta entrar, tomar unos culinos en el chigre primero, o comer donde el comedor formal, entre laterales de parrilla de leña y de terraza soleyera, para darnos cuenta de que el aforo, a pesar de su buen tamaño, parece pequeño, íntimo, familiar y muy hospitalario.

Rodeado de casas de aldea con huertas y vacas por una parte, y de polígonos industriales por otra, no le faltan obreros de mono y ejecutivos de puño blanco a la hora de comer, que con la crisis se cuidan las apariencias y el «yo ando igualmente escaso de fondos».

Restaurante Belmonte
  • Dirección:  Camino de la Iglesia, 524 - Gijón
  • Teléfono: 985 32 10 52
  • Fundadora: Encarnación Álvarez Álvarez ‘Pili’
  • Cocina: María Isabel Álvarez Álvarez
  • Sala: René Reyero Álvarez
  • Descanso: nunca
  • Menú laborables: 8,50 con café;10 y 12 ,90 sábados y domingos
  • Tarjetas:  se aceptan
No siempre fue así. Durante décadas el principal pueblo vecino, o mejor dicho poblado, se llamaba ‘Villacajón’, y quienes lo conocimos bien (a mí me tocó realizar allí el censo de 1980, chabola a chabola y prefabricado a prefabricado) lo recordamos como una miserable concentración de habitáculos mayoritariamente poblados por gitanos feriantes de Tras-os-Montes.

A nadie le costó tanto realizar el censo –del analfabetismo no se libraba casi nadie– y nadie disfrutó de tantos detalles: licores, cafés, linternas, transistores y unos cuantos gallos de Barcelos.

Pues su supermercado principal, el de la libretina hasta que’l mi home cobre, lo dirigió Pili. Y también el bar de pintas, culetes, coñacs españoles, solisombras y carajillos.

Pili, que se llama Encarnación y su padre, disgustado con tan místico nombre la llamó siempre así, Pili, nació en Acicorbo, una aldea pequeña y alta en pleno dominio de brañas vaqueiras, y en cuanto pudo, escapando de aquellas cumbres, maravillosas para vacacionar y menos para trabajar y vivir, emigró a Dusseldorf, pasando de una fábrica de tejidos a montar el Bar Español, conocer a su marido, y cambiar la capital renana por la villa de Jovellanos.

Y compró en 1969 el bar tienda de una señora llamada Marina que mantuvo combinándolo con la cría de gochos, pites y huerta por donde ahora se ha extendido el local. Encima su marido se marchó a Venezuela, tierra de promisión en aquellos entonces y donde sigue, dejándole tres hijos pequeños a los que sacó adelante sin ahorrarse fatigas, y a los que les posibilitó adquirir tres licencias de taxi.

Y resumamos la parte humana antes de pasar a la gastronómica: su hija le dio a René de nieto, y llegado el momento de la jubilación le dijo a éste que «o tú te lo quedas o lo cierro». Y rené que es simpático, despierto, nació prácticamente tras la barra, jugó al fútbol y sacó una ingeniería, se lo quedó. Y lo amplió, remocicó, emparrilló y revitalizó mientras su madre le ayuda y su abuela le aconseja cómo cuajar suave y jugoso el pastel de cabracho, guisar unos callos perfectos desde la callada al jamonín picado, ximielgar el bacalao con pisto para que la salsa engorde, hornear el cochinillo y la paletilla de cordero en punto crujiente y meloso, conseguir unas cebollas rellenas de carne o bonito dignas de El Entrego, darle a los potarrinos en tinta el ajo y el licor adecuados que los realce o conseguir unas berenjenas o un repollo relleno que ni por San Antonio, patrón de Belmonte.
Y un arroz con leche, un flan, unas natillas o unos frixuelos propios de cocina de carbón.

René añadió la parrilla de leña para vacíos, entrecotes, chuletones, costillas, churrascos y demás carnes a la madera y el hierro.

Ahora que tantos negocios se abren, sobreviven una temporada, y cierran dejando tras de sí decepciones, depresiones y deudas, el Belmonte representa otro tipo de negocio y otra generación –esa sí que sin duda alguna la más preparada de España junto con la anterior– capaz de convertir las piedras en panes, atender fíos, cocina y ganado casi simultáneamente y vigilar que a los suyos jamás les falte de nada.

Y ‘los suyos’ incluye a sus comensales.

¿Qué visitar?
De moderna fábrica y remota fundación, con un pórtico cerrado de faldellín y una fachada cuya ventana gemela y campanario aportan sabor asturiano, mira a parque y se rodea de parque. Pero durante años fue centro de ayuda y también de enfrentamientos entre párrocos piadosos con los gitanos, vecinos deseosos de devolverlos a Portugal, asociaciones caritativas conservadoras y revolucionarios clamando derechos.

 Al ver lo que ya no está, recordemos igaulmente que éste fue barrio de casonas y aristócratas con huellas visibles. Y de indianos que lo llenaron de palmeras.

(Es una pena que al amigo Luis Antonio Alías, no exprima más la memoria y lea algo más y nos hable de las famosas Quintas de Tremanes. sedes algunas de ellas del republicanismo  más señero, con presencias como las de Sagasta, por poner un ejemplo siin olvidad la Fuente del Mortero y la diosa Fortuna Balnearia, que ahora está en el candelero, o comentar algo sobre  la finca el Marques de Tremañes, pasada al Ayuntamiento, y que se caerá antes de que se haga algo en ella., etc)
Orejas de ministro
Ingredientes para 4 comensales:
-4 orejas de cerdo curadas y saladas.
-Pimentón picante.
-Aceite de oliva.
Elaboración:
1. Dejamos las orejas a remojo en agua fría durante veinticuatro horas, con tres cambios de agua por lo menos.
2. Las pasamos por el grifo y revisamos que no tengan pelo alguno que quemar.
3. Seguidamente, en una pota con abundante agua hirviendo, las introducimos y en cuanto el hervor reinicie bajamos el fuego y dejamos que cuezan lentamente sobre hora y media.
4. Transcurrida al menos hora y cuarto usaremos una aguja para testar la terneza.
5. Las sacamos, recudimos y esperando un poco a que enfríen, bien con guantes, las picamos en rectángulos propios de un bocado.
6. Por último las emplatamos, salamos, regamos con aceite de oliva, vestimos de pimentón picante… ¡Y a brindar!