domingo, 20 de enero de 2008

LA GUERRA DE LOS BOTONES


Lo cierto es que la pandilla del barrio de La Fuente, ese ínterin de barrio que va entre el polígono de Bankunión y los Campones, donde en sus tiempos hubo una fuente y un pequeño kiosco, antes de la calle Los Pinos,eramos terribles.

Pues en esa parte de la parroquia, nos reuníamos bajo un liderazgo colectivo cierta chiquillada, los Zipi Zape de la zona, o sea los hijos de Eloísa “ la Praticanta”: Eduardo y Gelín, el que suscribe, Miguel Angel el de Vida y Gerardo; Urbano con aquella melona vikinga por lo rubio que era; mi hermano Jose, y alguno otro de la Dehesa, que se nos unía.

Al margen se quedaban por ser más peques, o más mayores: Manuel Angel y su primo que vivían encima de Casa Ramonita, Chema y sus hermanos que eran más retraídos, Eduardo de enfrente de la farmacia los cuales apenas si participaban de nuestras correrías, éramos demasiado guerreros para su gusto, o el de sus padres.

Notros tanto como yo como mi hermano, en plenos ardores guerreros que se nos encendían con las películas de romanos y vikingos que visionábamos en el cine Rivero los domingos, éramos los suministradores de las armas y los escudos que nuestras razzias por el barrio y aledaños.

AL ser mi padre, encargado de obras, llegaba siempre algún camión de restos de maderas, que nosotros utilizábamos para hacer espadas y escudos a la manera romana o vikinga, y de esta manera proveíamos a todo el personal de la cuadrilla de las armas correspondientes con las que guerreábamos con otras pandillas de la Dehesa o de Gijón Fabril o de la Yenca.

Nuestras armas eran complementadas con gomeros de buena talla, fabricados en la casa de mi progenitor, que estaba atestada de herramientas para poder abordar cualquier factura que se nos encomendase, eso sí las palizas al final de mes eran brutales. Pues mi padre de vez en cuando echaba mano de sus estupendos formones, o cepillos y garlopas, a las cuales nosotros previamente habíamos dejado las afiladas cuchillas de aquella manera, pues no había clavo que detuviera nuestra acción constructiva, clavos, pontoneras, etc poblaban toda aquella madera que llegaba a casa camino del fogón.

Y nosotros con parte de ella construíamos las espadas a base de garlopazos, imagínense como podían quedar tan afiliadas y delicadas herramientas, cuando nuestro padre nos llamaba a capítulo ya íbamos como los perros renqueantes, pues sabíamos que había descubierto alguna de nuestras diabluras, eso sí todo era negado a pies juntos y aunque implorábamos un habeas corpus, no había piedad con nuestras carnes, bofetones, correazos, etc… así nos fuimos curtiendo a base de alguna que otra paliza que ya asumíamos como forma de aprendizaje pues ya sabíamos que la letra con sangre entra.

Si ello nos sucedía en la escuela, como no iba a suceder en casa, con todos aquellos desmanes que causábamos a la menor, herramientas rotas y escondidas, elementos de trabajo con grandes destrozos dejados allí como si no hubiera sucedido nada. La verdad es que éramos geniales en equipar a nuestras avanzadas vanguardias guerreras.

Recuerdo una vez que guerreábamos contra unos de la Calzada, y pillamos a un par de ellos como prisioneros, los atamos,previa tortura, o sea ensalada de sus partes pudendas, a base de meterle en los calzoncillos hierbas, piedras, ortigas y alguna lagartija.

Lo cierto es que aquella vez se nos fue la mano, pues los dejamos atados a la altura de la estación de Renfe de Tremañes, hoy Apeadero de la Calzara, y les arrancamos todos los botones, como en aquella vieja película de Yves Robert, si lo hacían en el cine porqué nosotros no lo podíamos, hacer?

El caso es que a los dos bandos enfrentados se nos fue el santo al cielo tras la razia, y creyendo unos que los prisioneros habían sido rescatados por sus compañeros, y otros que todo se había resuelto, el caso es que llegó la noche y los chavales no aparecían en casa, pregunta que te pregunta, encontraron a eso de las 10 de la noche a los chavales tiritando de frio y de miedo, y medio desnudos y atados donde los dejamos a media tarde.

Cuando picaron a la puerta de mi casa y vi aquellos desconsolados chavales de mano de sus furibundos padres pidiendo justicia, se nos cayó el alma y algo más.

Aquello fue sonado y también el castigo al que fuimos sometidos toda la panda de La Fuente, además de la inevitable panadera en presencia de los reclamantes. Estuvimos encerrados una buena temporada.

Así éramos y así nos criábamos, para un futuro que se nos abría por delante, el cual veíamos lleno de platillos volantes.

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