miércoles, 23 de enero de 2013

UNO DE LOS NUESTROS:Cándido Viñas: el valor del compromiso

 

Un pequeño parque de Tremañes llevará desde mañana el nombre de uno de los primeros curas obreros de España, inquieto y siempre comprometido con la causa de los más necesitados

Cándido Viñas.
Cándido Viñas. lne
JAVIER GRANDALa parroquia de Tremañes está de enhorabuena, no sólo por el hecho, siempre grato, de estrenar una nueva zona verde (aunque sea exigua y esté enclavada en un remoto paraje industrial), sino porque el Consistorio gijonés, atendiendo al sentir de los vecinos, accedió a bautizar este sencillo espacio de recreo con el nombre de Cándido Viñas, párroco de Tremañes. 

En una ciudad como Gijón, que ha elevado a los altares de su callejero a multitud de personajes que poco o nada hicieron por la ciudad o por sus convecinos, es de agradecer que en esta ocasión el distinguido sea una persona que sobresalga por su bonhomía y por su vocación de servicio a los demás.

Bastan cinco minutos de conversación en su casa, donde la puerta siempre está abierta para aquellos que le necesitan, en torno a un café en la sede vecinal o tomando un vaso de vino rodeado de parroquianos en alguna de las múltiples capillas laicas que todavía cobijan entre sus paredes ese ser incierto del barrio, a caballo entre lo rural y lo urbano, para advertir que Cándido Viñas es un hombre sencillo, apegado al día a día de su parroquia, y nada amigo del boato y las distinciones. Los que le conocen bien, saben que cuando en Lloreda se descubra la placa que lleva grabado su nombre, esbozará esa media sonrisa de buena persona que siempre lleva pintada en la cara, entornará un poco los ojillos, apagados ya de tanto pelear por la justicia en este mundo, y se sentirá reconfortado, no por ingresar en el selecto club de miembros del nomenclátor de la villa, sino por sentirse querido por sus vecinos y amigos. 

Los que le conocen bien, saben igualmente que si le ceden la palabra aprovechará para poner voz a las quejas de sus vecinos, protestando por el intenso tráfico pesado, por el mal estado de los caminos o por el deficiente alumbrado.

La historia de Cándido Viñas es la de un hombre inquieto y perseverante, que de joven se sintió atraído por los misterios que se escondían tras los recios muros de la colegiata de San Luis, en su pueblo de Villagarcía de Campos, un destacado puerto de arribada para los novicios de la Compañía de Jesús. En la Orden, Cándido encontró un cauce para dar salida a su vocación de servicio a los demás. Cumplido el tiempo, completó su formación en la Compañía como maestrillo en la Universidad Laboral entre los años 1962 y 1964, antes de ser ordenado sacerdote. Su paso por la Laboral le permitió entrar en contacto con el mundo de los jóvenes y del trabajo, y le hizo replantearse muchas cosas, entre otras, la forma de cumplir con su futuro ministerio, que estaría ligado al mundo laboral.

En efecto, su particular forma de entender eso que los hombres de iglesia denominan el misterio de la encarnación, llevó al recio y vehemente vallisoletano a convertirse en uno de los primeros curas obreros de España. Como el propio Cándido ha reconocido muchas veces, no buscaba evangelizar a los trabajadores reconvertido en una suerte de misionero de nuevo cuño, sino ganarse el sustento, compartir las fatigas del mundo laboral, ser uno más entre muchos. 

Dos años en un taller en La Felguera y tres en el Dique de Duro Felguera, donde tuvo que esconder su condición de sacerdote para ser admitido (eran los tiempos conciliares de la doctrina social de la iglesia y el empresariado no podía meter el enemigo en casa), son parte de ese compromiso vital con el mundo obrero del que sólo pudo apartarle un accidente laboral que limitó sus capacidades físicas.

Inquieto y siempre comprometido con la causa de los más necesitados, desde el año 1973 compaginó sus clases en la Universidad Laboral con la colaboración en la parroquia de Tremañes, entonces dirigida por el recordado sacerdote José María Bardales. Tremañes era entonces un espacio en plena transformación urbana e industrial, un polvorín social estigmatizado por la presencia de amplios asentamientos de infravivienda marginal. 

Un rincón olvidado y marginado del concejo, prácticamente ignoto para la mayoría de los gijoneses, que sólo frecuentaban los residentes y los trabajadores de las empresas radicadas en sus límites. Pero Cándido decidió quedarse, hizo suya la causa de la parroquia, trabajó para erradicar la marginación y el chabolismo, enarboló la bandera de las reivindicaciones vecinales que buscaban mejorar las condiciones urbanísticas y sociales del barrio, equiparándolo, como era de justicia, con el resto de las zonas de la ciudad. Para ello no usó el púlpito a la vieja usanza, sino la denuncia a través de las tribunas de los periódicos, de la persuasiva dialéctica jesuítica desplegada en múltiples reuniones con técnicos y políticos municipales acompañando a los otros miembros del colectivo vecinal.

Al viejo y querido párroco, el húmedo Nordeste gijonés le volvió socarrón y discutidor como al más genuino de los playos, pero abrió grietas en su longevo edificio tan dolorosas y profundas como las que recorren las paredes de la iglesia parroquial. Cándido ya no frecuenta la línea número 14 de Emtusa para ir al Ayuntamiento a reclamar mejoras para su barrio, pero seguro que más de una vez lo podremos ver sentado en un discreto rincón del parque que, desde mañana, 16 de enero de 2013, llevará su nombre, con su eterna sonrisa y su inseparable bastón, rememorando con algún vecino viejas luchas sociales o barruntando otras nuevas.




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